¡Hacé vida normal!

Soltar la mochila de la infertilidad, las medicaciones, las citas programadas con los médicos, la vida congelada hasta un nuevo análisis, un nuevo turno: sangre, ecos, histerosalpingografía, vitamina D, hierro, ácido fólico, estrógenos, progesterona. Medicación para menstruar y para dejar de menstruar, medicación para estimular, medicación para la vitamina que da el sol, medicación para la vitamina que da la carne, progesterona para preparar y progesterona para soltar. Alplax para dormir, al plax para aplazar, alplax para vivir. El mundo, mientras tanto, continúa embarazándose.

El proceso lo vivimos física, mental y espiritualmente, cada una de nuestras decisiones (desde ir a un asado el fin de semana, un viaje o un nuevo caso laboral) estaban determinados por los tiempos y las exigencias del tratamiento. Era una especie de concentración para un gran partido de fútbol que íbamos a jugar. Lo básico se convirtió en lo más importante en nuestras vidas: mantener los patrones de sueño, alimentación y esparcimiento en sus dosis justas. Limitar las charlas del tema al espacio terapeútico, cuidar el vínculo, avanzar.

Cada vez que veo cochecitos con bebés automáticamente miro los parecidos con sus padres. Se volvió una constante, casi un hábito. Me es incómodo. No quisiera que se sientan juzgados por mi mirada, pero no puedo evitarlo. Se convirtió en un acto reflejo. No quisiera un clon ni un bebé para inundar las redes sociales de aparente felicidad. La búsqueda de un hijo nada tiene que ver con un trofeo. Amar, compartir, criar: de eso se trata

Los motivos de la infertilidad tienen que ver con la mujer en un 0% de los casos, con el hombre en el 30% de los casos, con factores comunes en el 20% de los casos y no tiene motivo aparente en el 20% de los casos. Sin embargo, la “experticia médica” parecería indicar que primero hay que investigar profundamente las causas femeninas de la infertilidad para luego abocarse en el hombre. El patriarcado subsiste hasta en los lugares más recónditos.

La mente de una mujer con trastornos reproductivos está, en líneas generales, preparada para las malas noticias. (…) La infertilidad es un agua que se filtra por todos los rincones de la vida cotidiana, es una especie de nube gris que te persigue, que te obliga a posponer casi todo, a supeditar la agenda a los tratamientos, a mirar con doloroso rechazo a los bebés, a sentir un enojo silencioso profundo hacia la vida

Atravesar un tratamiento de fertilidad es dejar la vida entre paréntesis, dejar suspendidas un montón de situaciones y de elecciones. Las esperas en general son incómodas. La mayor parte del proceso se vive con tiempos estirados, eternos, de ansiedad, agenda, nuevas fechas y expectativas. También están los otros días, los de derrumbe, abatimiento y desilusión. Los psicólogos sugieren no prestar atención a los síntomas y atribuir todo a la mediación hormonal.

Hay un tema inevitable de no quedar embarazada: la culpa, los reproches, el malestar con una misma. Casi automáticamente hay una revisión histórica del pasado: el tiempo que se perdió en relaciones infructuosas, la adolescencia y el tabaco, el formol utilizado para alisar el cabello, el estrés laboral. Lo que sea.

Uno de los términos utilizados dentro de la temática de la ovodonación es el “duelo genético”. Se supone que es el proceso que hay que atravesar para duelear la imposibilidad de ser madre con los óvulos propios y aceptar la maternidad mediante gametas donadas. Ese proceso es singular. No hay un solo camino, ni tiempos ni recursos que puedan ser aplicables a todas las mujeres