No sé hasta qué punto me gustan o no las historias modificadas o explicadas para cambiar el mito, pero en todo caso, entiendo la polémica alrededor de la figura de Medea. La tragedia de Eurípedes es la responsable de describir a Medea como una matricida cuando hay otras versiones que lo contradicen, por ejemplo, versiones según las cuales los niños fueron lapidados por haber entregado la túnica envenenada a la princesa. La novela no se salta el asesinato de los hijos, aunque lo explica como inevitable y no como violencia vicaria. En todo caso, la novela capta muy bien el carácter de Medea, una mujer individualista, amante de la libertad y los conocimientos en gran parte vedado a las mujeres, salvo las sacerdotisas e iniciadas, de ahí que se la conozca como bruja. Igualmente, se entiende el ambiente patriarcal opresivo, donde los hombres tenían derecho a todo y las mujeres deberes infinitos. Es curioso como Medea prefiere ir a la guerra a parir otro hijo. Parece que estamos en el momento ideal para tratar la ausencia del instinto maternal del que tanto se habla ahora: la idea de pluralidad en la mujer y que no todas tengan que acomodarse al rol de madre. Medea, al final, no es solo la matricida, es también una bruja, a la que adoran cuando conviene y odian cuando no, es extranjera, morena, es la “outsider” en todos los sentidos. Y lo eligió a arriesgarse a enfrentarse a la ira del padre, del mismo modo, que derrotó con sus artimañas a todos sus enemigos para finalmente vivir apartada observando el mundo desde su isla. La historia es muy entretenida y me ha ayudado a conocer mejor una serie de personajes de la amplia mitología griega, personajes que sirven de alegorías que los hacen atemporales. + Leer más |