Deberíamos escuchar como suelen escuchar los niños lo que les maravilla, con los ojos ayudando a las orejas a oír y con las orejas ayudando a los ojos a ver.
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Deberíamos escuchar como suelen escuchar los niños lo que les maravilla, con los ojos ayudando a las orejas a oír y con las orejas ayudando a los ojos a ver.
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Todo invitaba en aquellos antros mal iluminados y peor ventilados al devaneo y al sueño. Esa es la imagen, y la atmósfera, que mejor definen y esclarecen en mi memoria no solo a las academias nocturnas, sino también a la España de entonces.
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Y luego, un día, no sé de qué manera, dejé de creer en Dios y me encontré creyendo en Gustavo Adolfo Bécquer.
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Es nostalgia y pesar de la juventud, de la belleza, de la acción, de todo cuanto sucumbió al tiempo, pero también de lo que no llegó a vivirse, de los alegres decires nunca dichos, de las correrías nunca emprendidas, de los amigos que no tuve, del amor apenas entrevisto, de la vida dilapidada en vano, y de lo breve e ilusorio de los ahoras, de los mañanas y de los entonces, y de todo este pobre negocio de años y de afanes de que está hecha la vida.
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Que se sepa, y no solo con el pensamiento sino ante todo con la cercanía de los sentidos y del corazón, que se vivió, y se soñó, y que si en ese desear y afanarse ningún acto llegó a ser del todo provechoso, tampoco fue del todo en vano. [...] En cada instante, en cada frase, en cada suspiro, en cada pequeño acontecer, lo trivial y lo misterioso van a partes iguales. Eso es todo, y no hay más que contar. Un grano de alegría, un mar de olvido.
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En los libros leídos está la sombra, el rastro de lo que fuimos, los diversos bocetos de nuestro aprendizaje estético y de nuestra evolución vital, los vestigios de ciertos afanes que un día nos conmovieron y que luego, tras ser devastados por el tiempo, con los materiales de sus ruinas construimos nuestro modo de ser y de sentir, y lo más valioso y secreto de nuestro bagaje cultural.
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Lo que no sospechaba, claro está, es que el camino que iniciaba en ese instante fuese tan largo y tan definitivo, porque ya no me dirigía a la calle sino hacia el futuro, era allí donde comenzaba mi verdadero futuro, el que con el correr de los años me traería hasta esta mañana en que escribo estas líneas, deudoras, como casi todo lo que he escrito en mi vida, de aquella tarde incesante de mayo. Y es que a veces el pasado no acaba nunca de pasar.
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Esconderte en un libro, en el cálido cubil de las palabras, eso es lo que has hecho tantas veces, como de niño en los desvanes.
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Por un momento se me vinieron a la memoria los días de lluvia de mi infancia, cuando toda la familia se quedaba callada, sobrecogida por aquel misterioso acontecer que era la lluvia cayendo y sonando sobre el campo. Y como también los animales se quedaban callados, extáticos, ante ese acto primordial de la naturaleza, en todo el campo se hacía un gran silencio y una gran soledad,
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lo que nos gusta no es la acción sino las palabras, el hablar por hablar y hacer castillos en el aire.
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¿Quién es el autor/la autora de Episodios Nacionales?