El día del perro no acudí a la cita que te había propuesto. Al día siguiente, un intercambio de mensajes acabó con la resistencia que nos quedaba, y morimos en algunas palabras sublimes sin volver a vernos. Al final, ayer en el café, seguros de nosotros mismos, dueños de la situación, dispusimos a nuestro alrededor algunas coronas mortuorias, decoradas con palabras bellas, manifestaciones edificantes de gratitud póstuma. «Fue tan bonito», «Nadie me comprende como tú», «Volvamos a vernos», «Sí, ¿por qué no?». Emplastos irrisorios. ¿Puede un herido contar con otro (tan herido como él)?