La pena y el dolor no eran para siempre. Ese “para siempre” ya no era un problema. Para siempre eran el latido de mi corazón y la esperanza que entrañaba el mañana. Para siempre era el rayo de luz que asomaba detrás de cada nubarrón, por negro que fuese. Para siempre era saber que los momentos de debilidad eran pasajeros. Era saber que yo era fuerte. |