Diario de un seductor / Diary of a Seducer

Si, como en algún momento afirmó el autor, se debe seducir a los hombres para poder salvarlos, conmigo fracasó de lleno, vamos, que el libro me aburrió en su mayor parte, aunque tampoco estaba yo muy necesitado de salvación si de lo que me tenía que proteger era del planteamiento de vida de este impresentable Don Juan.

José María Valverde explica en el prólogo a mi edición que para romper una relación que el autor mantenía, y aminorar en lo posible el dolor que iba a causar, “trató de fingirse libertino y desalmado” y que la personalidad que aquí dibujó del Don Juan protagonista tiene mucho que ver con esa pretensión. Posibilidades románticas aparte, es harto evidente que el autor amañó el partido de mala manera para que en la lucha con la estética, que el protagonista aquí representa, la ética saliera claramente victoriosa, aunque esta ni siquiera aparezca en el combate… o quizás sí.

“Bajo el cielo de la estética todo es hermoso, alado, lleno de gracia; donde entre, en cambio, la ética, el mundo se torna yermo, feo e indeciblemente aburrido.”

Ese mundo estético que tan ferozmente ataca el filósofo es el de la satisfacción inmediata de los deseos para cuyo disfrute el resto de mortales no son más que meros instrumentos (“Yo no tengo ningún amigo“). Su mal es que nunca obtiene lo que ansía. El placer desaparece en el mismo momento en el que obtiene lo que deseaba dejando al conquistador en un estado de abatimiento del que solo podrá salir con un nuevo objeto de deseo.

“Cordelia sigue ocupando aún mi corazón. Pero dentro de poco este período habrá pasado; mi alma debe rejuvenecer constantemente… ¡Qué poder renovador no tiene una jovencita! Ni el fresco de la brisa de la mañana, ni el silbido del viento, ni la frescura del mar, ni el perfume del vino o su suavidad, ¡nada en el mundo tiene tanto poder renovador!”

El Don Juan de Kierkegaard es un ser egoísta, ególatra, machista, misógino y manipulador. Su vida se reduce a la búsqueda del placer que obtiene del desarrollo lento y concienzudo de una conquista en la que es esencial encontrar la resistencia propia de un ser puro e inocente (“…yo no me preocupo nunca de escribir mi nombre donde muchos otros han escrito el suyo”), el cual deberá entregarse a él en todo su ser de una forma libre y absoluta.

“Los verdaderos placeres del amor sólo se gozan cuando se ha logrado llevar a una muchacha hasta esa situación en que no conozca otra tarea para su libertad que la de entregarse, poniendo toda su felicidad en ello y casi suplicándonos, como un mendigo una limosna, que aceptemos su don íntegro y, sin embargo, libre.”

El relato mantuvo mi interés en los inicios de la seducción de la inocente y hermosa Cordelia mientras me divirtió lo esperpéntico del personaje de Don Juan, pero a medida que todo se convirtió en mera repetición y autocomplacencia insufrible en las entradas de su diario, completadas por una serie interminable, no sé si con fines paródicos, de cartas de amor merengoso, el libro se me fue cayendo de las manos y no fue pequeño el esfuerzo para que tal caída no se produjera.

“Cuando una muchacha se ha entregado por completo, se queda débil y desguarnecida, lo ha perdido todo. Pues si la inocencia en el hombre es algo negativo, en la mujer, por el contrario, es el contenido de su misma esencia.”

Si hacemos caso de lo afirmado por José María Valverde acerca de su propósito al escribir el relato, quizá su publicación fuera verdaderamente el salto que para sí buscaba el autor desde el hombre estético al hombre ético… “yermo, feo e indeciblemente aburrido.”