Una perra apestosa, gran paridora, en algunas partes ya podrida, pero que en mi infancia lo era todo para mí, que me sigue fielmente a todas partes, a la que no puedo evitar pegar, pero ante la que yo mismo, temiendo su aliento, me echo atrás paso a paso, y que sin embargo, si no tomo otra decisión, me acorralará en el rincón ya visible de la pared, para descomponerse allí del todo sobre mí y conmigo, hasta el final -¿es algo que me honra?-, con el pus y la carne llena de gusanos de su lengua junto a mi mano.