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Crítica de AnnieMoneth


AnnieMoneth
05 January 2023
En 2022, la editorial Valdemar nos sorprendió con la publicación de la vuelta de tuerca (The Turn of the Screw, en inglés) un clásico que ya apareció en el volumen de Henry James (Gótica 81) traducida por Juan Antonio Molina Foix. Sin embargo, en esta ocasión, se trata de una edición especial en homenaje al gran Francisco Torres Oliver, que la ha traducido e ilustrado. Y yo, como no tenía la versión anterior, no pude resistirme a comprar un ejemplar de esta edición, tan bellamente ilustrada, en cuanto lo vi entre las novedades de esta editorial cuyas traducciones me encantan.

La vuelta de tuerca (también traducida por otras editoriales como Otra vuelta de Tuerca), es un clásico que hay que leer y, cada cierto tiempo, releer; una lectura imprescindible. En mi caso, al hacerlo suelo descubrir pequeñas cosas que en lecturas anteriores me han pasado inadvertidas. No voy a decir nada nuevo aquí, puesto que de la vuelta de tuerca (u Otra vuelta de tuerca) se ha escrito y dicho mucho desde que se publicó, por primera vez, en 1898; ha sido y es objeto de análisis de eruditos de la obra de Henry James, en particular, y de la literatura inglesa, en general; además, Henry James y su obra se estudia en institutos y universidades, no solo británicas, sino de otras partes del mundo; asimismo, ha sido objeto de tesis doctorales. Con esto ya podéis imaginar la extensa bibliografía que hay al respecto. A pesar de ello voy a dejar aquí recogidas mis impresiones.

La vuelta de tuerca es considerada la novela gótica de fantasmas por antonomasia. Es la historia de lo que no se dice de forma explícita, pero se sobreentiende o se supone; de lo que el espectador, el crítico y el lector se imagina, y que lleva, gracias a la maestría e intencionalidad de su autor, a diferentes interpretaciones sobre las que no existe pleno acuerdo. de hecho, la ambigüedad es la característica más sobresaliente de la obra. ¿Con qué motivo? Las razones quizá las señalaba el propio Henry James en el prefacio de la revisión de la obra que hizo en 1908 para la The New York Edition:

"[…] ¿qué sensación tenía que transmitir yo? Que aquellos dos seres eran capaces, como vulgarmente se dice, de cualquier cosa, a saber, de realizar con los niños las peores acciones concebibles a las que puede someterse a unas pequeñas víctimas en tales circunstancias. ¿Y cuál sería entonces, al reflexionar, ese extremo inconcebible? Una pregunta cuya respuesta me llegó de forma admirable. En un caso así, no existe un mal absoluto que podamos elegir; depende de innumerables elementos distintos; es una cuestión de apreciación, especulación e imaginación y demás, totalmente en función de la experiencia del espectador, del crítico y del lector. Me dije: únicamente debes conseguir que la visión del mal que el lector tiene en general sea lo bastante intensa —y eso ya es un trabajo interesante—, y su propia experiencia, su propia imaginación, su propia empatía (con los niños) y el horror (ante sus falsos amigos) le proporcionarán los suficientes detalles. Oblígale a que imagine el mal, haz que piense en él por sí mismo, y quedarás liberado de detalles inconsistentes." (Henry James)

La historia trata de una joven que se instala en una mansión victoriana para ejercer como institutriz de dos huérfanos, Flora y Miles, tras aceptar la oferta de trabajo de un caballero, tío de los niños, que le impone una extraña condición: en ninguna circunstancia debe comunicarse con él sobre nada que tenga que ver con sus sobrinos. Una vez allí, percibe que hay algo extraño que conecta a los niños con la antigua institutriz, la señorita Jessel, y el último ayudante de cámara del tío, Peter Quint.

La obra está ambientada en la época victoriana, y se desarrolla en Bly, una vieja mansión victoriana ubicada en el campo, propiedad del tío de los niños. La atmósfera que el autor recrea es fantástica: hay suspense, elementos extraños, silencios que pesan y, poco a poco, el misterio crece, la oscuridad se acentúa y la atmósfera se vuelve claustrofóbica.

El título, La vuelta de tuerca, hace alusión, como se recoge al principio de la narración, al hecho de que una historia de fantasmas es más horrible cuando hay implicado un niño, y no digamos ya si son dos como en esta historia. O al menos, es lo que pienso yo, partidaria de que en los casos en que existen varias interpretaciones, por lo general, la más sencilla es la correcta. Creo, no obstante, que Henry James le dio, también, cierta vuelta de tuerca al narrador de la historia y al modo en que la da a conocer a sus lectores.

Es decir, La vuelta de tuerca (u Otra vuelta de tuerca) es una historia escrita a mano por la joven institutriz, tiempo después de que acontecieran los hechos, que confía a Douglas poco antes de morir, hace veinte años, y que él guarda en un cajón todo ese tiempo hasta que decide mandar a su criado a buscarlo para contarla al círculo de personas reunidas en torno al fuego. Una historia que el amigo de Douglas redacta mucho más tarde y cuya transcripción exacta comparte con nosotros, lectores. Una historia cuyo manuscrito original termina en manos de este amigo por deseo expreso de Douglas antes de morir. No me digáis que el modo en que llega a nosotros no es un poco rebuscado.

Algo similar sucede en el empleo del narrador en primera persona, cuestión que me ha parecido brillante. Hay un grupo de amigos reunidos al calor del fuego, en vísperas de Navidad, narrando o escuchando, como era tradicional en la época, historias de terror. Uno de ellos, Douglas, aumenta el suspense y las expectativas, no solo entre los allí congregados, sino también en el lector, cuando informa a los presentes que él es poseedor de una historia manuscrita, que solo él conoce, que le confió la antigua institutriz de su hermana, describiéndole los hechos acaecidos mientras servía en la mansión Bly al cuidado de dos huérfanos. Las explicaciones previas a la exposición de los hechos se recogen en un prólogo escrito en primera persona por un narrador testigo, el amigo de Douglas, que forma parte del pequeño grupo. Este prólogo consigue, como digo, que el lector se imagine una historia espantosa, a la par que asombrosa, y se meta de lleno en la narración que, a partir del primer capítulo, nos cuenta la propia institutriz (en realidad, la relación transcrita para nosotros por el amigo de Douglas, como he comentado más arriba). Por consiguiente, en el capítulo uno y siguientes, Henry James continúa haciendo uso de un narrador en primera persona, solo que ahora el foco se traslada a la propia institutriz.

Hay pocos personajes en la historia narrada: la institutriz, cuyo nombre no se menciona en toda la novela; la señora Grose, ama de llaves de la mansión; los niños, Flora y Miles; la anterior institutriz, la señorita Jessel, y el antiguo ayudante de cámara, Peter Quint. Respecto a la institutriz, a mí me pareció una mujer recatada, impresionable, decorosa y exacerbada en sus apreciaciones de los demás y de cuanto la rodea, valiente y responsable en el cuidado de los niños. La señora Grose es una mujer bien intencionada, leal con la institutriz, inteligente, aunque de escasa educación; a través de ella conocemos el carácter de la señorita Jessel y Peter Quint, malas personas (no sabemos hasta qué punto) que pudieron influir negativamente en los niños. A través de la mirada de la institutriz y de la señora Grose, los niños, Flora y Miles, se nos describen como unos angelitos, inteligentes y adorables. Es cierto que durante la narración me pregunté si la institutriz realmente ve lo que cree que ve o son delirios e imaginaciones de la joven, si los niños eran inocentes o espeluznantes. La reflexión que hasta ahora he hecho de las lecturas sobre la obra, me lleva a la opinión de que la institutriz es como la he descrito, por la opinión que Douglas expresa de ella a los reunidos en torno al fuego: hablaba con cariño de esa joven que, después de los hechos ocurridos en la mansión Bly, fue institutriz de su hermana; si hubiera dado muestras de locura, no la hubiesen contratado. Tampoco coincido con aquellos que consideran que la obra posee cierta connotación sexual o ven elementos fálicos en lo que a simple vista es una torre; solo interpreto que puede haber miradas de deseo maliciosas que puedan escandalizar a una joven institutriz decorosa e inexperta de la época. Asimismo, considero que los niños no son tan angelitos como señala la institutriz.

En cuanto al final, abrupto y trágico, recuerdo que la primera vez que leí esta obra me quedé un poco desconcertada: «¿ya está?», pensé. Además, me esperaba más terror después de haber visto algunas adaptaciones por televisión. Pasado un tiempo, te sorprendes volviendo a la obra, repasando pasajes para encontrar respuestas a las preguntas que te suscita la historia, la relees y descubres nuevos matices o detalles que te pasaron desapercibidos y terminas con un runrún en la cabeza que te dura varios días; al menos en mi caso. Un ejemplo: en esta última lectura, no dejo de dar vueltas a que, en el prólogo, Douglas da a entender que la institutriz estaba enamorada, pero no dice de quién; deja que los oyentes lo descubran a su debido tiempo, aunque en ningún momento lo aclara. Así que, ¿de quién estaba enamorada la institutriz?

La vuelta de tuerca u Otra vuelta de tuerca es una novela compleja, brillante y muy bien ejecutada. Uno de los clásicos imprescindibles que conviene releer cada cierto tiempo. Y la nueva edición de Valdemar, traducida e ilustrada por Francisco Torres Oliver, la hace justicia.
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