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ISBN : 0720606764
222 páginas
Editorial: Peter Owen Publishers (30/11/-1)

Calificación promedio : 5/5 (sobre 1 calificaciones)
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Guille63
 12 March 2023
Alfred Hayes colaboró con directores de cine tan destacados como Roberto Rossellini o Vittorio de Sica (nada menos que en El ladrón de bicicletas) y disfrutó de cierta fama y reconocimiento en los años 50. Tras décadas de olvido, lo recuperó recientemente The New York Review of Books y yo he tenido que leer la novela en la edición argentina “La bestia equilátera” pues nadie publica a Hayes en España. La traducción tiene algunos, no demasiados, modismos argentinos que para un español puede chocar un poco en la voz de personajes neoyorquinos. Pero ni eso ni el machismo, y hasta la misoginia, que se percibe en algunos momentos (estamos en el New York de Mad men) han impedido que disfrute mucho de esta historia sobre una ruptura sentimental.

Argumentalmente la novela no es nada del otro mundo, algo banal en esencia: en un bar, un escritor en horas bajas le cuenta a una desconocida su historia de amor y desamor con una bella bailarina sin talento. Sin embargo, el resultado no puede ser más brillante.

Toda la novela, todo su valor, todo su interés descansa en la voz que narra y en lo que esta voz comunica. El relato está escrito desde una muy hábil tercera persona que generosamente cede todo el protagonismo al personaje masculino en un monólogo lleno de desolación y tristeza. Algo como esto:

“Sí, dijo el hombre, con frecuencia me pregunto por qué doy la impresión de ser una persona muy triste aunque me empeño en que no estoy triste, en que se equivocan; pero cuando me miro en el espejo resulta que es cierto, mi cara está triste, mi cara está realmente triste, y me doy cuenta (y le sonrió a la chica, porque eran las cuatro y el día menguaba y ella era muy bonita, de a poco se había vuelto cada vez más bonita, lo cual era muy sorprendente) de que después de todo tienen razón, estoy triste, más triste de lo que yo mismo sé.

Empezó a contarle su historia.”

Él, un hombre “no desilusionado sino solo lo contrario de ilusionado” que simplemente buscaba “un poco de placer sin siquiera un poco de culpa”, “un idilio muy conveniente, fijo e invariable, una simple secuencia de placeres que no alteraría seriamente mi vida ni se interpondría con mi trabajo, que llenaría las horas de mis largas tardes y me liberaría de la presión de la soledad para darme lo que, creo, consideraba la diversión más agradable de todo el parque de diversiones: el placer del amor.”

Ella, o la visión que él nos ofrece de ella y siendo bienpensantes, precisaba de un hombre “que la necesitara, alguien capaz de colgarse si lo dejaba”, pero que pensando algo menos bien, era una mujer que, por ser hermosa “esperaba las recompensas que trae la belleza, por lo menos algunas; no se era hermosa en vano en un mundo que insistía en que lo más importante para una chica era ser hermosa”. Tampoco pedía mucho, “un cocker spaniel, la habitación infantil con el empapelado de botecitos y peces voladores, el jardín con regadores automáticos y alguien que le lavara los platos”.

Una relación equivocada entre personas equivocadas en la que irrumpe una proposición indecente.

Todo el análisis pormenorizado de los porqués, de los cómos, todo el tejemaneje mental con el que se castiga nuestro enamorado, con el que intenta defenderse, con el que justifica su humillación, su crueldad, su derrota, todos los resquicios de sí mismo que acaba descubriendo y transitando, todo ello es lo que hace especial este libro... todo eso y el irresistible atractivo del fracaso:

“Lo único que puede salvarnos es una gran caída. Eso de quedarse ahí arriba en la cuerda floja, haciendo equilibrio con una sombrilla insignificante y contentándonos con darle miedo a la audiencia, es lo que nos consume. ¿No estás de acuerdo? Una gran caída, eso es lo que necesitamos.”


P.D. Perdonad que haya abusado tanto de las palabras del autor, “Los enamorados” es de esos libros en los que se subraya casi cada frase.
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