Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente. Solo mi memoria sabe lo que encierra.
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Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente. Solo mi memoria sabe lo que encierra.
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Si moría esta noche, solo ella sabría el horror de su muerte y el horror de su vida frente al asesino que la acechaba desde el rincón más remoto de su memoria
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Es curiosa la memoria que reproduce como ahora tristezas ya pasadas, días lisonjeras que no veremos más, rostros desaparecidos y guardados en un gesto que acaso ellos no se conocieron nunca, palabras de las cuales no queda ya ni el eco.
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Y como la memoria contiene todos los tiempos y su orden es imprevisible, ahora estoy frente a la geometría de luces que inventó a esta ilusoria colina como una premonición de mi nacimiento.
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Había entrado al mundo subterráneo de las hormigas, complicado de túneles minúsculos donde no cabía ni siquiera un pensamiento y donde la memoria era capas de tierra y raíces de árboles. Tal vez eso era la memoria de los muertos, un hormiguero sin hormigas; sólo pasadizos estrechos abiertos en la tierra, sin salida a las hierbas.
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Aqui estoy sentado sobre esta piedra aparente, solo mi memoria sabe lo que encierra. Veo y me recuerdo. Y como el agua va al agua así yo melancólico vengo a encontrarme en su imagen cubierta por el polvo rodeada por las hierbas, encerrada en sí misma y condenada a la memoria y a su variado espejo. La veo, me veo y me transfigura en multitud de colores y de tiempos, estoy y estuve en muchos ojos.
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Él sabía que el porvenir era un retroceder veloz hacia la muerte y la muerte el estado perfecto, el momento precioso en que el hombre recupera plenamente su otra memoria.
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¿De dónde llegan las fechas y a dónde van? Viajan un año entero y con la precisión de una saeta se clavan en el día señalado, nos muestran un pasado, un presente en el espacio, nos deslumbran y se apagan.
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Como agua para chocolate