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Neil Gaiman puede ser considerado, sin discusión, un autor reconocible. Cuando uno se acerca a cualquiera de sus novelas sabe perfectamente que se va a adentrar en un mundo oscuro, lleno de personajes fantásticos envueltos en dramas mundanos. El libro del cementerio no es ninguna excepción, así que si perteneces al colectivo que adora a este buen señor tienes entre manos una historia fascinante en la que el mundo de los vivos queda relegado a un segundo plano. Aunque no es del todo cierto, ya que la narración avanza cada vez que los humanos hacen acto de presencia. Sin embargo, el grueso de esta historia se produce dentro de un cementerio, con las fascinantes seres que habitan en él. Muertos, brujas, ghouls y otro tipo de criaturas que es mejor descubrir a lo largo de la lectura conviven en una cierta armonía. Todo eso convierte a la novela en un divertimento, al mismo tiempo que la lastra. Capítulo a capítulo vamos conociendo a todos esos personajes y la pequeña historia que ocultan detrás, de tal modo que el libro termina pareciendo una sucesión de episodios inconexos que se ensamblan en un final sopero en donde todos tienen su momento de protagonismo. Tratar de conectarlo todo al final tiene sus riesgos y más de una pregunta queda en el aire sin que su respuesta aparezca por ningún lado. Eso no tiene por qué ser malo, que los argumentos masticaditos terminan por ser indigestos. Pero la última sensación que me queda es la de un cierre brusco e innecesario en el que se mezcla todo lo leído sin más y en el que la decepción te rodea como si fueran los devoradores de la noche. A pesar de todo, la imaginación de Gaiman es tan seductora que la novela se disfruta episodio a episodio. La capacidad que tiene este hombre para humanizar a lo inhumano, la mala leche y la de temas que suele tratar en sus libros invitan a leerlo más de una vez. Pero si dejas el peso de la novela sobre una base tan desequilibrada, se puede caer con facilidad, |
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