En aquel instante, María dos Prazeres superó el terror de no tener a nadie que llorara sobre su tumba.
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En aquel instante, María dos Prazeres superó el terror de no tener a nadie que llorara sobre su tumba.
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—Todos los perros pueden hacerlo si los enseñan —dijo ella—. Lo que pasa es que los dueños se pasan la vida educándolos con hábitos que los hacen sufrir, como comer en platos o hacer sus porquerías a sus horas y en el mismo sitio. Y en cambio no les enseñan las cosas naturales que les gustan, como reír y llorar. ¿Por dónde íbamos?
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—Perdóneme —dijo—. Me he equivocado de puerta. —Ojalá —dijo ella—, pero la muerte no se equivoca. |
A pesar de sus años y con sus bucles de alambre seguía siendo una mulata esbelta y vivaz, de cabello duro y ojos amarillos y encarnizados, y hacía ya mucho tiempo que había perdido la compasión por los hombres.
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—Perdóneme esta facha de murciélago —dijo—, pero llevo más de cincuenta años en Catalunya, y es la primera vez que alguien llega a la hora anunciada.
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¿Con qué frase empieza esta novela?