—Todos morimos —dijo Héctor, restregando las muñecas de Mary—. Es la única certeza de la vida y lo único que tenemos en común con los demás seres del planeta. —Soltó la mano de mi abuela y la colocó sobre la mía. Sentí su pulso, errático y débil. —Creo que es un honor estar con la gente cuando abandona este mundo —me explicó. |