Pregúntale al polvo

Por la explanada circulaban rumores de todas clases. Se aproximaba una ola gigantesca. No se aproximaba ninguna ola gigantesca. Toda California había sufrido los efectos. Los efectos se habían dejado sentir sólo en Long Beach. Los Ángeles era un montón de escombros. No se había notado en Los Ángeles.

El contrato llegó el lunes por la mañana, correo especial. Con él venía adjunto un cheque de quinientos dólares. ¡Dios mío, quinientos dólares! ¡Ya era de la familia Morgan! Me podía jubilar para el resto de mis días.

Era un bar donde se reunían los viejos, donde la cerveza era barata y dominaba un olor agrio, donde el pasado se mantenía incólume.

A great hitter, that DiMaggio. I walked out of the restaurant, stood before a imaginary pitcher, and swatted a home run over the fence.

He deseado mujeres cuyos solos zapatos valen cuanto he tenido en toda mi vida

Volví a Los Ángeles al día siguiente. La ciudad no había cambiado, pero yo tenía miedo. El peligro acechaba en las calles. Los edificios elevados que formaban desfiladeros tenebrosos eran trampas mortales cuando la tierra temblaba. El asfalto podría abrirse. Los tranvías podían volcar. Algo le había sucedido a Arturo Baldini.