En alguna conversación, Bernardo Esquinca (Guadalajara, 1972) dijo que era fundamentalmente un cuentista. Algo de esto
puede resultar cierto e indudable: la trilogía integrada por Los niños de paja, Demonia y Mar Negro bastaría para no discutir
este calificativo. Sin embargo, también es un espléndido novelista, como lo ha demostrado en la saga de Casasola y, además,
ha trazado —junto con Vicente Quirate— el mapa de lo fantástico en Ciudad de México durante poco más de dos
siglos. Sus libreros, que sin duda apuestan al camino de Robinson Crusoe, merecen ser recorridos. En ellos se encuentran algunas
de las pistas y las pesadillas compartidas que le permiten entrelazar el terror con lo policiaco.
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