La Araucana

Si los hombres no ven milagros tantos
como se vieron en la edad pasada
es causa haber ágora pocos santos
y estar la ley cristiana autorizada;
y así se cualquier cosa hacen espantos
que sobre el natural uso es labrada
y no solo al Autor no dan creencia
más ponen en su crédito dolencia.

La verde edad os lleva a ser furiosos,
¡oh hijos!, y nosotros los ancianos
no somos en el mundo provechosos
más de para decir consejos sanos,
que no nos cieguen humos vaporosos
del juvenil hervor y años lozanos;
y así como más libres, entendemos
lo que siendo mancebos no podemos

Bien entendido tengo yo, varones,
para que nuestra fama se acreciente, que no es menester fuerza de razones,
más solo el apuntarlo brevemente
que, según vuestros fuertes corazones,
entrad la España pienso fácilmente
y al gran Emperador, invicto Carlo,
al dominio araucano sujetarlo

Todos los capitanes señalados
a la española usanza se vestían;
la gente del común y los soldados
se visten del despojo que traían;
calzas, jubones, cueros desgarrados,
en gran estima y precio se tenían

Caupolicán, alegre, humano y grave
los recibe, abrazando al buen Lautaro
y con regalo y plática suave
le da prendas y honor de hermano caro;
la gente, que de gozo en sí no cabe,
por la ribera de un arroyo claro
en juntas y corrillos derramada,
celebran de beber la fiesta usada.

Si no es disculpa y causa lo que digo,
se puede atribuir este suceso
a que fue del Señor justo castigo,
visto de su soberbia el gran exceso,
permitiendo que el bárbaro enemigo,
aquel que fue su súbdito y opresor,
los eche de su tierra y posesiones
y mes ponga el honor en opiniones

Si alguno de su puesto se movía,
sin esperar descargo le empalaba,
y aquel que de descansado se dormía
en medio de dos picas le colgaba;
quien cortaba una espiga allí moría,
demás de la ración que se le daba;
con órdenes estrechas y preceptos
nos tuvo, como digo, así sujetos.

Doña Mencía de Nidos, una dama
noble, discreta, valerosa, osada,
es aquella que alcanza tanta fama
en tiempo que a los hombres es negada

Y a las tristes mujeres delicadas
el debido respeto no guardaban,
antes con más rigor por las espadas,
sin escuchar sus ruegos, las pasaban;
no tienen miramiento a las preñadas,
más los golpes al vientre encaminaban,
y aconteció salir por las heridas
las tiernas pernezuelas no nacidas.

Que ya los nuestros sin parar en nada
por la carrera de su sangre roja
dan siempre nueva furia en su jornada,
y a los caballos priesa y rienda floja,
que ni la voz de virgen delicada,
ni obligación de amigos los congoja;
la pena y la fatiga que llevaban
era que los caballos no volaban