La vida me había enseñado el precio del silencio.
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La vida me había enseñado el precio del silencio.
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Una heredad cuyo precio era una vida sin juventud y sin amor. Una victoria surgida de la renuncia a la existencia…
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Crecí. Miré, vi a esa gente que nos aterrorizaba, como aquel subdirector. No merecían nuestro respeto ni nuestro temor. Decretaban, para nosotros, mil reglamentos, innumerables leyes, a cual más severa, y sin embargo, en la sombra, chapoteaban en la mierda, sin fe ni ley.
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Llega siempre un momento en el que, lo que de más sagrado, más noble, más puro hay en nosotros se desvanece como el humo. Valores que hemos venerado y perseguido durante toda nuestra vida, en un relámpago de lucidez revelan su indigencia, su vulgaridad. Nadie puede evitar ese momento terrible, terrorífico.
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Gregorio Samsa es un ...