Los hermanos Karamázov

¿Qué es un clásico? Aquella obra que todavía nos dice cosas. Aquel compendio de creaciones humanas en el que todavía estamos inmersos. Una novela clásica parece haber sido escrita hoy en la mañana. Es tan actual, tan latente, que no debemos hacer otra cosa que concederle nuestra atención. Un clásico amplía nuestras concepciones de mundo, nos pone a pensar, nos quiebra, revuelve todas nuestras ideas preconcebidas. Genera perplejidad, asombro, angustia, confusión. Ahora bien, muchos clásicos logran una extendida y fina descripción de la condición humana, pero solo pocos alcanzan a proponer la trascendencia de esa condición. Hay unos clásicos que no solo nombran la tragedia humana, dentro de ellos se encuentran páginas lucidas, inefables, donde se avientan a proponer la solución de esa tragedia, la transvaloración de todo lo conocido hasta ahora por el individuo. Ese es el caso de Los hermanos Karamazov.

Se me ha ocurrido llamar a esta novela la Biblia de Dostoievski. Y no solo por su extensión, sino también porque recopila todas las inquietudes y los temas que este autor plasmó en sus novelas anteriores. Este fue el último libro que escribió y acaso sea el de mayor madurez, al que le dedicó todo su empeño rebosando los límites de la narración, de la creatividad y del ingenio. En esta “biblia” Dostoievski vuelve a temas como: el subsuelo, el doble, la religión, la autoridad, la sanción, el crimen y el castigo, la familia y, cómo no, la Rusia moderna, a la que tanto parece elogiar pero sabemos que lo que hace es enjuiciarla con pura y deliciosa ironía; ponerla contra la espada y la pared. Pero ante estos temas recurrentes abordados por el autor, aparece la renovación con su héroe Aliosha. Este personaje es el arquetipo del nuevo ‘hombre'. Aliosha es la consagración de Dostoievski como escritor. Es un personaje ya completo, ya transformado que está para ser intermediario, soporte y guía que intenta atenuar los arrebatos de sus hermanos y su padre, los cuales representan al hombre trágico, el de las pasiones violentas y conflictivas.

Mientras leía la novela no cesaba de preguntarme: ¿Por qué Dostoievski eligió la novela como soporte para plasmar su magnífico pensamiento? Y fue en el discurso del defensor, en el duodécimo libro, donde hallé la respuesta. Dostoievski es el escritor de los dos abismos. A pesar de su grandioso intelecto hubiera sido incapaz de lograr un tratado filosófico debido a que su pensamiento es ávido y contradictorio. Dostoievski es un escritor de ideas, es el escritor de la cognición humana. Fue un ser que logró un extenso y detallado mapa del espíritu humano. Descubrió que somos ambivalencia y contradicción. Por ende, sus ideas contrarias, la pugna entre sus conceptos, no podían ser estampadas en la “coherencia” de un libro de filosofía. La novela permite la contradicción, permite los abismos de la grandeza y de la miseria, y Dostoievski sabía muy bien eso. Los personajes en este autor tienen voz propia. Es decir, no solo los utiliza para manifestar su paradójico pensamiento, en ellos hay profundidad, hay un trabajo minucioso por mantener la línea de sus comportamientos.

Dostoievski es el filósofo/psicólogo que quiso dedicarse a la escritura de novelas. Hay que leerlo. En este libro hay de todo excepto sexo. Y no hace falta. El abordaje de la psique de los personajes puede producir incluso mayor satisfacción. Uno se da cuenta de que Dostoievski es uno de los precursores del pensamiento moderno. Uno se da cuenta de que Freud, Nietzsche y demás pensadores contemporáneos tuvieron que pasar por las páginas del ruso. En él yacen insinuaciones, aforismos, fragmentos de ideas que luego serán tomadas por los predecesores y serán ampliadas con otras metáforas. “Hurra Karamázov”, dice Koila. Y yo lo repito. ¡Hurra! Me felicito de no haberme espantado por las 1130 páginas del libro y por habérmelo devorado en un mes. Un clásico merece tiempo para ser devorado, masticarlo lentamente como si fuera un plato muy preciado.