Una razón para respirar

Estábamos enfrascados en una danza compleja que consistía en tocarnos sin tocarnos, en saber sin decir nada y en sentir sin expresar. Éramos amigos que caminábamos por una frontera muy difusa y yo estaba demasiado inmersa en su existencia para darme cuenta de lo cerca que estaba esa frontera de desmoronarse a mis pies.

Me di cuenta de que todo volvía: ahora era yo la que sujetaba los pedazos de un corazón que yo misma había roto.

─No eres Sara ─dije con un suspiro.
─No quiero ser Sara ─respondió confundido─, sigo sin entenderlo.
─No sé cómo aceptarte en mi mundo sin hacerte daño a ti también. ─La sinceridad de mis palabras revelaban mucho más de lo que él llegaría a saber.
─No te preocupes por mí ─ respondió con calma─, me gusta formar parte de tu mundo y entiendo que es más complicado de lo que estás dispuesta a compartir conmigo y lo respetaré... Por ahora.

Su malicia amenazaba con acabar con la cordura que me quedaba y yo gemí de dolor al darme cuenta de lo cerca que había estado de destrozarme. ¿Tenía la fuerza necesaria para impedir que me arruinara la vida? Seiscientos nueve días me parecieron, de repente, cadena perpetua. ¿Me reconocería a mí misma cuando por fin fuera libre?