Yo había venido a este capítulo a decir que a sor Juana le gustaban las mujeres. Primero, porque no concibo cómo puede leerse su obra sin apreciar que las pasiones de Juana siempre estaban orientadas hacia lo femenino. Segundo, porque me parece terrible que un señor y una señora en cualquier momento de la historia se tosan vagamente encima y se dé por sentado que se amaban, pero si yo vengo con cincuenta poemas de amor sáfico en la mano, me pedirán pruebas concluyentes como si fuera esto CSI: Nueva España. El amor heterosexual se presupone, pero para admitir que una mujer en la historia pudo enamorarse de otra, necesitamos una confesión jurada, doce justificantes médicos y un cuerno de unicornio liofilizado.