Nuestra civilización se les presentaba a trozos, como piezas incoherentes de un mecanismo que jamás había visto actuar y cuyo funcionamiento eran incapaces de imaginarse. Para ellos no habíamos hecho sino transformar el rito en rutina. Lo que más habían llegado a temer en nosotros era el aburrimiento; por eso al ser llevados a un hospital sentían, por supuesto, que se les internaba allí para que se murieran de aburrimiento.
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