Desde entonces, mi vida fue más tranquila de lo que había sido antes, y más provechosa, tanto para mi alma como para mi cuerpo. Muchas veces, cuando me sentaba a comer, daba gracias a Dios y admiraba su Providencia al ver mi abundante comida en aquel desierto. Había aprendido a considerar mi posición desde el lado bueno más que desde el malo, y mis placeres más que mis privaciones, y con esto experimentaba algunas veces un secreto bienestar que yo mismo no alcanzaba a comprender. Y llamo la atención sobre esto para que sirva de ejemplo a aquellos que no disfrutan como deben de los bienes que Dios les ha concedido, porque ambicionan los que no tienen. La aflicción que nos causa lo que no tenemos me parece provenir de la ingratitud que manifestamos por lo que tenemos.