Hussar Rocca

Si hubiésemos querido ejecutar el decreto del mariscal Soult contra los españoles insurgentes, se habría tenido que castigar de muerte a casi toda la población de la región. Los montañeses colgaban y quemaban vivos a los prisioneros franceses; nuestros soldados, a su turno, daban cuartel muy raramente los españoles que tomaban.

Hablaban con un entusiasmo sin límites de los bravos montañeses que nos habían cazado en Ronda. Contaban con el más grande detalle un presunto combate mortal de doce horas que había tenido lugar la víspera en las calles mismas de esa ciudad. Se decían los unos a los otros que habíamos perdido al menos seiscientos hombres, y nosotros no éramos ni ciento cincuenta.

Ellas cantaban canciones patrióticas, en las cuales deseaban la muerte a todos los franceses, al gran duque de Berg y a Napoleón. El refrán en las coplas eran imitando el canto del gallo, que es considerado como emblema de Francia.

Vimos caer sucesivamente a casi todos los húsares que nos seguían. Mujeres, o más bien furias desencadenadas, se precipitaron con horribles aullidos sobre nuestros heridos, y se disputaban por hacerlos morir en los tormentos más crueles. Les plantaban cuchillos tijeras en los ojos, poniéndose de una alegría feroz a la vista de su sangre.

El cura se presentó en nuestro vivac casi en al noche, pidiéndome hablar. Me dijo que había preparado excelentes alojamientos para los jefes de nuestra tropa, y me insistió bastante para que mis camaradas acepten. Su proyecto era, como lo supimos después, hacernos prisioneros, esperando que el desorden se siembre en nuestros soldados.

Les conminé primero a estar tranquilos por el corregidor que tenía bajo mi mano, y les dije que nuestro destacamento vendría muy pronto; que les venderíamos muy caro nuestras vidas, y que si trataban de entrar, su cura sería la primera víctima de nuestro furor... y el gentío retrocedió de repente por movimiento unánime, tan grande y verdadera era la veneración del pueblo por los párrocos.

El húsar y el guía que había dejado detrás mío acababan de aparecer en la altura opuesta; ... los tomaron por la vanguardia y les advirtieron al gentío que me rodeaba.
El corregidor y el alcalde cambiaron rápido de actitud, y me dijeron haciéndome reverencias que eran los magistrados del lugar, y que me hacían sumisión, para obedecer el decreto del rey José, que ordenaba a las autoridades constituidas de toda España portarse delante de las tropas francesas y recibirlas bien.

Los franceses sólo podían mantenerse en España por el terror; estaban sin cesar en necesidad de castigar al inocente como culpable, vengarse castigando al débil. El pillaje se les volvió indispensable para existir.

A veces (los españoles) festejaban la llegada de franceses y se empleaban en emborracharlos, ... para luego llamar a los partisanos, e indicarles durante la noche las casas donde nuestros soldados estaban imprudentemente dispersos.

Las partes de España ocupadas por los franceses se cubrieron poco a poco de partisanos y de cuadrillas compuestas de soldados de línea dispersados y de habitantes de llanos y montañas: curas, trabajadores, estudiantes, simples pastores se convirtieron en jefes activos y emprendedores.