—No hay mentira en los ojos de quien mira con amor. Y ella le creyó. |
—No hay mentira en los ojos de quien mira con amor. Y ella le creyó. |
—Bajaría al mismísimo infierno por ti, Camilla —le aseguró con vehemencia. La soltó y acunó su rostro entre las manos mientras se perdía en el verde de sus ojos. Había tan solo una forma de demostrarle la sinceridad de sus palabras, incluso aunque ella no lo creyese—. Mi corazón te pertenece desde el mismo instante en que te conocí. Ese día supe que quería hacerte mía para siempre, que serías la medida de mi tiempo, porque cada segundo a tu lado es un océano de felicidad. Eres hermosa, divertida, valiente, y posees un corazón generoso. Te quiero como mi amiga, mi compañera, mi amante... mi esposa. —Acarició con los pulgares sus mejillas y apoyó la frente contra la de ella, cerrando los ojos—. Has sido mi luz en la oscuridad. Te amo, Camilla, y te amaré mientras me quede un hálito de vida. Lo juro.
|
»Has hecho que me vea a mí misma de otra manera. No creía en el amor porque no sabía amarme, y tú me has enseñado a hacerlo. (…)
|
—Shhhh. Ya sé por qué te casaste conmigo, Camilla, y no espero una confesión de amor por tu parte, al menos no si no es sincera —le dijo al ver la angustia que asomaba a sus preciosos ojos—. Te he amado todos estos años y no pienso rendirme ahora. Mientras crea que puedes enamorarte de mí, haré todo lo que pueda para conquistar tu corazón y tu alma, para que llegues a amarme lo suficiente como para permanecer a mi lado toda la vida. Las lágrimas afloraron a sus ojos y tragó saliva, emocionada. —¿Y no crees que este sería un buen momento para empezar? —le susurró. El vizconde esbozó una sonrisa provocativa y triunfal. —Como ordene, princesa. |
(…) Su cuerpo clamaba por ella con la violencia explosiva de un volcán, pero su alma... ¡ay!, sin Camilla su alma era un barco perdido a la deriva sin un puerto al que arribar, sin un faro que iluminase sus negras noches.
|
—Quiero confiar en ti, Charles, pero ¿cómo puedo hacerlo cuando no confío ni siquiera en mí misma? —musitó. (…)
|
(…) señorita, usted es la princesa del East End. Todo el mundo la llama así —se justificó. Luego frunció el ceño, como un niño enfurruñado—. Ningún otro de esos encopetados haría lo que usted hace por nosotros. Le preocupamos.
|
¿Quién es el autor/la autora de Episodios Nacionales?