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Es un autor que descubrí con El día que se perdió la cordura (todavía no he leído el segundo) y tiene una pluma que no se hace nada pesada. Además es un libro que una lee sin darse cuenta y el final es bastante inesperado. La historia se nos irá narrando desde distintos puntos de vista, alternando personajes y entre la primera y tercera persona dependiendo del narrador. También varía entre pasado y presente. Parte de la premisa de que Ryan y Miranda no están pasando por su mejor momento en su matrimonio, por lo que su consejero matrimonial les propone pasar unos días en una cabaña para tener ese tiempo solo para ellos y así buscar una solución. Cuando él llega a este lugar el coche de ella está fuera pero no hay ni rastro de Miranda. En su lugar encuentra unas copas de vino medio vacías y la cortina del baño ensangrentada. A partir de aquí, poco a poco se nos irá desvelando el pasado de esta pareja además de ir dándonos pistas para resolver el misterio. Es contado de forma ascendente, es decir, primero se toma tiempo para presentar los personajes, su situación... y va ganando ritmo hasta el final. Sin decaer. Es un libro en el que al final de cada capítulo vas creando tus propias teorías y te va sorprendiendo. Sin embargo, hay alguna cosa que me ha parecido demasiado casual y conveniente para la trama, que me sacaba un poco. Aunque en parte puede ser cosa mía (son dos detalles contados) porque como he dicho, no quedan cabos sueltos. Otra cosa que nos sorprende son sus personajes, con claroscuros e impredecibles. Movidos por errores, torturados por el pasado, con la necesidad de actuar en el presente… nos conducen a través de una trama absorbente donde las cosas son más complejas de lo que parecen. |
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