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Crítica de Guille63


Guille63
22 July 2023
“Envejecemos, esperamos tranquilos en la fila de los condenados a muerte. Somos ejecutados uno tras otro en el más atroz de los campos de concentración. Primero nos despojan de la belleza, de la juventud y de la esperanza. Nos envuelven en los ropajes de penitentes de las enfermedades, del cansancio y de la putrefacción. Se mueren nuestros abuelos, son ejecutados ante nosotros nuestros padres y de repente el tiempo se acorta, ves aparecer bruscamente ante tus ojos el filo de la guadaña.”

A veces me gusta horrores leer a Cărtărescu. A veces no sé a qué atenerme con él y quizás sea por eso que me gusta tanto leer a Cărtărescu... a veces.

Pero antes de seguir, quiero dejar bien claro que yo sí he llegado hasta la última página del libro. Lo digo por esas críticas que he encontrado en las que se hacen afirmaciones del tipo “llevo leídas 200 páginas... un 15%... un tercio de la novela... y no me hace falta más para decir que Solenoide es una obra maestra” . Sospechas de lectura incompleta que se extienden a esas otras en las que el crítico se limita a dar ciertos datos biográficos del escritor, añadir opiniones elogiosa de sus otros libros, mencionar las analogías con Pynchon, Borges, Kafka, Proust, Mann, Lovecraft y los cuatro o cinco lugares comunes que bien pudieran haber sido sacados de las siete páginas del explicativo posfacio de Marius Chivu. No me extraña, son 800 páginas de un texto muy personal y el tiempo del que se dispone es siempre limitado. Yo mismo he leído en vertical una parte no desdeñable del libro.

Y es que la novela es, y ahí va el más grande de los lugares comunes, la biblia del autor, hasta hay un fascinante remedo (¿parodia?) de hijo de dios enviado a un original y asombroso mundo con el propósito de hacerles llegar la buena nueva, aventura que el protagonista contará a sus nietos empezando con algo parecido a aquello de “he visto cosas que vosotros no creeríais” .

Como todo álbum blanco que se precie, lo contiene todo, incluidos sus excesos. Entre personajes extravagantes, escatologías varias, arquitecturas escherianas, teorías científicas singulares, ‘déjà vus', aparecidos y estructuras laberínticas, Cărtărescu expande hasta el infinito todos sus universos oníricos, fantásticos, terroríficos, surrealistas y/o futuristas que, mezclados en un continuo con la simple cotidianidad, limita y relativiza eso que denominamos “Realidad” y que el autor pone continuamente en cuestión. El delirio, la alucinación, la locura, la mística dejan de ser anomalías humanas para convertirse en parte intrínseca de la realidad, parte relevante y reveladora, dejando ésta de ser algo exterior a nosotros para convertirse en una compleja construcción de nuestra mente y, por tanto y en principio, superable.

"Algunas veces me siento como un niño pequeño ante un tablero de ajedrez. Has cogido el peón blanco y eso está muy bien. Pero ¿por qué te lo metes en la boca? ¿Por qué agarras el tablero y lo inclinas para que todas las piezas caigan? ¿Acaso será esta la solución? ¿Ganará tal vez la partida precisamente el que comprenda de repente lo absurdo del juego y lo tire al suelo, el que corte el nudo cuando todos los demás se esfuerzan por soltarlo? "

Acepto como una de las partes más hermosas de los textos de Cărtărescu sus generosas dosis de realismo mágico, todo el sortilegio de sus metáforas, de sus símbolos, incluso me cautiva su romanticismo, el gusto por lo sombrío, por lo escondido, pero en ocasiones me siento superado por sus, para mí muchas veces incomprensibles, sucesos onírico-fantástico-góticos y, desde luego, no comparto en absoluto la importancia y la capacidad reveladora que el autor les otorga.

“Todo sueño es un mensaje, una llamada, un portal, un agujero de gusano, u objeto multidimensional que tú, al interpretar, mistificas y malgastas... recibes instrucciones vitales en una lengua desconocida o en un código imperceptible para tus sentidos y, sin embargo, sabes que ahí están la clave y la respuesta... es eso que te susurras a ti mismo, tú, que sabes mucho más, que de hecho lo sabes todo, a ti, el que no sabe que sabe."

Toda esta metafísica naif de puertas y más puertas que nos permitan salir de la cárcel que es nuestro cuerpo, de sueños que encierran planes de huida de eso que decimos que es la realidad y que tanto nos limita, toda esta cosmogonía de adolescente fumeta en la que somos como “ácaros ciegos pululando en nuestra mota de polvo” e incapaces de salir de nuestra ceguera, me deja frío y hasta un poco pasmado.

Es cierto, no me gustan las respuestas, pero también es cierto que me fascinan las preguntas.

Me seduce la esencia de este innominado escritor que lo es sin serlo, la belleza y la intensidad con la que se describe su desasosiego, la fantasía de sus quimeras, su desesperada búsqueda de esa salida de sí mismo que tanto mueve a la piedad. Me impresiona su dolor por todo lo inevitable de la vida del ser humano, su candorosa adhesión al grito de los Piquetistas “¡Abajo la muerte! ¡No a la resignación!”. Me conmueve la melancolía y la nostalgia que tiñen sus recuerdos de Bucarest a pesar de la situación política y social de aquella ciudad gris y ruinosa de los años 80, la más triste y melancólica del mundo. Me enternece las posibilidades que el autor vislumbra en la literatura, su denuncia de los libros inofensivos y ornamentales, su ciega embestida contra la resignación ante la derrota.

“El mundo se ha llenado de millones de novelas que escamotean el único sentido que ha tenido la literatura: el de comprenderte a ti mismo hasta el final, hasta la única cámara del laberinto de tu mente en la que no te esté permitido entrar. Los únicos textos que deberían ser leídos son los no-artísticos, los no-literarios, los ásperos e imposibles de entender, esos que fueron escritos por unos autores locos pero que brotaron de su demencia, de su tristeza y de su desesperación como manantiales del agua viva.”

Y tras este gran viaje repleto de tiras y aflojas, Cărtărescu da un último salto mortal en las últimas páginas que vuelve a dejarme pasmado y sin saber a qué atenerme. Una gran vuelta de tuerca con devastadores efectos sobre todo lo leído que, vuelvo a repetir, son casi 800 páginas de búsquedas y más búsquedas de puertas y más puertas que nos permitan salvar todas nuestras limitaciones.

En fin, Marius Chivu acierta en muchas de las ideas que sobre el libro expone en el posfacio, y no es el menor de sus aciertos la advertencia de la bastedad de Solenoide y su potencialidad infinita en la interacción con cada lector. Será por eso que, a pesar de todo, me gusta horrores leer a Cărtărescu.


P.D. Para ser justo, me gustaría matizar mis discrepancias con esos supuestos conductos de escape de los que nos habla el autor. Además de su respuesta final, nada original pero seguramente la única digna de tener en cuenta, creo que hay otra más que, relacionada estrechamente con la anterior, y bellamente expuesta aquí por Cărtărescu, puedo suscribir en su totalidad y decir, como dijo el poeta, si Dios existe, es sexo puro.

“En el mundo sin espacio ni tiempo de la voluptuosidad infinita, paraíso infernal e infierno celeste, tuve de repente un orgasmo inigualable, como la brusca apertura en el cráneo de una inflorescencia criminal y sublime. Supe entonces que en realidad no existen ni el yo ni la voluntad ni la razón ni la piel ni los órganos internos, que más allá de su ilusión hay un mundo esculpido en placer, placer puro, como un estallido cegador más allá del cual no existe siquiera la nada.”

P.P.D. Aunque no concibo una realidad encubridora de mensajes trascendentales que deban ser encontrados, leídos y descifrados; aunque no comulgue con realidades imperceptibles a los sentidos preñadas de respuestas existenciales, no dejan de asombrarme algunas casualidades.

Solenoide” es una novela sobre el fracaso que gira en torno a un joven escritor y marido fracasado, una novela que se lamenta del fracaso de la literatura, del fracaso de cualquier grito de socorro, del gran fracaso de la vida que son el dolor y la muerte. ¿Y qué autor ejemplifica como nadie la estética del fracaso y del infortunio, qué escritor sostenía la quimérica aspiración de ser “un cero bien redondo”? Efectivamente, Robert Walser, casualmente el autor que acababa de leer en su maravillosa “Los hermanos Tanner”. Como pura casualidad fue seguramente que el libro con el que compaginé la lectura de “Solenoide” fuera la novela de Vila-Matas “Aires de Dylan”. En ella se narra una rocambolesca historia que se inicia en un congreso literario dedicado al fracaso y que, entre un escritor que siente su fracaso al final de su carrera y otro que prefiere la inacción y el fracaso buscado a la posibilidad del fracaso real, también se mencionan temas tan solenoidanos como son las realidades últimas, las conexiones extrañas que nos enlazan a todos y con todo, los sueños transmitidos entre diferentes mentes…, aunque bien es verdad que aquí con un claro sentido irónico (¿sólo aquí?).

Un libro este de Vila-Matas que también ofrece una respuesta: “¿Para qué tanto esfuerzo si a fin de cuentas, como decía Voltaire, «nadie ha encontrado ni encontrará jamás»? ¿No sería mejor tratar de vivir en un «estado poético»?”

¿Casualidad?

P.P.P.D. Y por si fuera poco, acabo de empezar la lectura de un libro titulado “La puerta secreta”, de Marlen Haushofer.

¿Hay alguien ahí que está intentando decirme algo? Si es así, por favor, hable más claro.
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