Levitaba suavemente en el espacio límpido, despojado del velo de la ilusión, en el Reino del que todos venimos, fundiéndome en una pura, vacía y fresca fascinación…
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Levitaba suavemente en el espacio límpido, despojado del velo de la ilusión, en el Reino del que todos venimos, fundiéndome en una pura, vacía y fresca fascinación…
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De todos los muebles salía un humo que acrecentaba la sombra. Pero, en la ventana, una rama grande de pino, sobre la que caía oblicua la luz de una farola, se estiraba hacia el cristal; sus agujas verdes estaban perfectamente dibujadas, con un realismo único, alucinante.
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Me aferro ahora, como a una última brizna de esperanza, a la idea de que tal vez consiga curarme a través de la escritura. Es decir, desenmarañar, mientras me queden fuerzas, este ovillo, este manojo de intestinos, este mandala enredado en mi cabeza. Si la escritura es, como dicen, una terapia, si puede curar, debería poder hacerlo ahora.
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Volvía a casa por la noche, mirando cómo se perfilaba algún balcón minúsculo, negro como el betún, sobre la oscura llamarada roja del cielo. Esa era toda mi vida: versos escritos en cuadernos, versos recitados por calles amarillentas y ruinas mohosas.
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Existía una simetría oculta que enfrentaba las vísceras de abajo con las de arriba, el sexo con el cerebro, así que teníamos que llegar hasta el fondo mismo del albañal para poder acceder en algún momento a las alturas.
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Lulu no es en sí mismo un mensaje sino que te deriva a un mensaje, Lulu es el nombre de un túnel, de un pasillo que se encuentra en lo más profundo de mi cráneo, un sitio de paso obligado hacia el verdadero Enigma.
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