Luna de verano

Y pensó: «No tendremos amor sobrante cuando nos vayamos de aquí. Gastaremos hasta la última gota».

—Tengo noticias. No estás divorciado. Pero tampoco estabas casado, exactamente.

Art y Netta, casados… —sacudió la cabeza—. No creo que sea buena idea. Alguien tendría que ocuparse de ellos de por vida. Art nunca va a ser completamente independiente. Se las apaña muy bien, hasta vive en su propia cabaña, la tiene limpia como un espejo y puede prepararse una comida sencilla, pero…

—Cuando todo esto se resuelva y Aiden esté libre de complicaciones legales, pensamos casarnos. No sabemos cuándo ni cómo, pero vamos a hacerlo.

—Mi padre solía decir que si pones una alubia en un tarro por cada vez que practicas el sexo con tu pareja durante el primer año de relación y luego sacas una por cada vez que lo practicas después del primer año, jamás consigues vaciar el tarro.

«Escoge marido por cómo trate a su madre, y escoge mujer por cómo la trate su padre».

No tardó en llegar a la conclusión de que o bien Aiden era el mejor mentiroso del universo y tenía por cómplices a todos los miembros de su familia, o bien era un tipo de fiar respecto al que tanta gente no podía equivocarse. En el fondo, sabía que era esto último.

No hay nada como un recién nacido para olvidarse de las preocupaciones.

—Eres la mujer más increíble que he conocido nunca y no sé por qué me quieres tanto.

—Espero gustarte mucho —dijo ella, bostezando—. Porque, si no, esto se acabará. Y a mí me gusta. Aiden se rio.

—Me gustas un montón —confesó.

—Menos mal —se acurrucó a su lado.