La voz de un periodista español anónimo a quien su diario en Madrid destina a Burdeos como corresponsal durante los primeros días de la ocupación alemana sirve para narrarnos en primera persona lo que sucede en la ciudad, como también para aportarnos otra perspectiva más lejana del quehacer de los dos cónsules protagonistas de la novela, que conocemos al detalle también con el narrador omnisciente que predomina en el relato. de igual manera, esta figura nos permite hacernos una idea del sesgo ideológico que se imponía en algunos medios de comunicación durante los primeros años de la dictadura franquista, con una dirección y, por ende, una línea editorial, totalmente adherida, en este caso, a los principios del régimen -y, pese a la neutralidad española en la Segunda Guerra Mundial, a la afinidad política de éste con Alemania e Italia-. Todo lo que no sirviera a su enaltecimiento y al de sus valores era menospreciado y descartado, incluido por supuesto el drama humano que acaparaba por antonomasia las noticias de dicha actualidad. En la novela, este periodista, educado en la admiración a Francia por su familia, con raíces en el país vecino, se las ve y se las desea para intentar evitar problemas al llegar a una ciudad, Burdeos, en la que solo por su aspecto (le creen judío en varias ocasiones) ya es un blanco fácil. Allí se encuentra también con serias dificultades para entablar cualquier tipo de relación sin levantar sospechas y, por supuesto, para escribir algo acorde a lo que le exigen desde la redacción española. En definitiva, una novela made in Carcedo. + Leer más |