Era tan poco el terreno que ocupaba una casa… Unos pocos pasos gráciles y blancos, y uno ya la había recorrido de lado a lado. [...] Una casa no consistía más que en eso: armazones, relleno, elementos de amortiguación.
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Era tan poco el terreno que ocupaba una casa… Unos pocos pasos gráciles y blancos, y uno ya la había recorrido de lado a lado. [...] Una casa no consistía más que en eso: armazones, relleno, elementos de amortiguación.
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De improviso la luz cambió, y Marcus se detuvo. Una parte esencial de lo que sucedió entonces fue su propia renuencia a creer que sucedía tal cosa. Cuando rememoraba este hecho, su cuerpo recordaba una tensión y una opresión terribles, causadas por dos miedos antitéticos que operaban a la vez: el miedo de sufrir un cambio radical, irremediable, y el miedo, igualmente profundo, de que todo aquello no fuera más que una fantasía irracional impuesta por su conciencia, extraviada en el mundo real. E incluso en ese momento, que tal vez cambió toda su vida, oyó una alegre voz interior que le decía que, como en el caso de los libros, las escaleras y los cuartos de baño, no era imprescindible tener que saberlo. Más tarde llegaría a la conclusión de que la voz mentía y se mostraba evasiva. Más tarde aún, la recordaría como un elemento tranquilizador, pues esa ínfima alegría falsa le garantizaba que conservaba su identidad, que seguía siendo él mismo.
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Era un conocimiento muy útil. Eliminaba la opción excluyente que siempre había creído que tenían las mujeres. O bien el amor, la pasión, el sexo y todo el resto, o bien la vida de la mente, la ambición, la soledad y todo lo demás. Había un tercer camino: se podía estar sola y acompañada en una cama, si uno no armaba alboroto.
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—Si estuviéramos en una novela habrían cortado el diálogo por artificioso. Puede haber sexo, en una novela, pero no la métrica de Racine, por mucho que tal cosa te apasione. [...] Wordsworth decía que la métrica y el sexo dependen del flujo de la sangre, ya sabes, y del «gran principio elemental del placer en el que vivimos, actuamos y existimos».
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sumidos en esa luz eterna que ilumina las inmutables perspectivas infinitas que creamos, desde la tierna edad de un año, con los jardines de las afueras de la ciudad o los parques municipales en verano, con los horizontes o los paseos en que el césped se extiende hasta más allá del alcance de la vista y que siempre esperamos volver a visitar, redescubrir, habitar en la vida real, sea ésta lo que sea.
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—No hay nada que no signifique nada. Todas las palabras se dicen por alguna razón.
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Tomad, les dijo, tomad lo que está allí, lo que es real, arriesgaos a hacer una cosa bien.
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Me gusta ver a mucha gente reunida en un lugar para entregarse a lo que yo llamo arte, no a lo que ellos llaman vida.
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Es un poema épico griego compuesto por 24 cantos, atribuido al poeta griego Homero. Narra la vuelta a casa, tras la guerra de Troya, del héroe griego Ulises