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Carlos Manzano (Traductor)
ISBN : 8493376795
323 páginas
Editorial: Gadir (30/11/-1)

Calificación promedio : 4/5 (sobre 1 calificaciones)
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Guille63
 04 October 2023
“¿se puede ser más gilipollas?”

No me había irritado tanto un personaje de una novela desde mi lectura de “El sirviente”, de Robin Maugham, relato con el que este guarda más de una semejanza. Si en el caso de la novela del autor inglés el motivo de la degradación del personaje es la pereza, aquí será el amor, pero en ambos casos asistimos a la misma tozuda ceguera frente a la realidad, a la misma dependencia absoluta y vejatoria, al mismo desenlace, aunque quizás algo menos vergonzoso y deprimente en el caso de la obra del autor italiano.

"¡Qué cosa más maravillosa es la prostitución!", pensaba Dorigo: cruel, despiadada; cuántas resultaban destruidas por ella, pero, ¡qué maravillosa!... ¿El perverso contento de ver a una joven hermosa y limpia someterse como esclava a las prácticas más indecentes? ¿Saborear el espasmo de la humillación corporal de la que la muchacha no es, desde luego, consciente, sino que, al contrario, casi se divierte y ríe, si bien en el fondo de su alma algo se retuerce al mismo tiempo y se rebela y vomita, pero ella ríe, pone las posturitas, echa la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados, la boquita anhelante, como si estuviera en el Paraíso?”

Así reflexiona Antonio Dorigo, un soltero de buena posición social y laboral que ronda los cincuenta años y que vive una vida monótona y gris junto a su madre. Cargado de complejos, siempre le han asustado las mujeres, con las que nunca tuvo mucho éxito. Quizás por ello sea un asiduo cliente del servicio que ofrecen las prostitutas, aunque no de aquellas que hacen la carrera, que trabajan en burdeles y atienden a diez o quince hombres al día, no, él acude a una casa de citas con clase, donde las mujeres “participan en el mundo de las familias honestas y normales y al tiempo en la mala vida”, que se codean con lo más selecto de la sociedad, aunque esta las desprecie profundamente, pero que también eran el reflejo de un “Milán secreto, ajeno a las crónicas y las guías” con un halo de misterio, vicio, secretismo y perdición.

En una de estas casas se encuentra con Laide, una supuesta bailarina, descarada, plena de vida, belleza y juventud que le sorberá el seso.

“… lo que representaba de hembra, de capricho, juventud, autenticidad popular, picardía, desvergüenza, descaro, libertad, misterio. Era el símbolo de un mundo plebeyo, nocturno, alegre, vicioso, perversamente intrépido y seguro de sí que fermentaba con vida insaciable en torno al tedio y a la respetabilidad de los burgueses. Era lo desconocido, la aventura, la flor de la ciudad antigua que brota en el patio de una vieja casa de mala fama entre los recuerdos, las leyendas, las miserias, los pecados, las sombras y los secretos de Milán, y, aunque muchos hubieran pasado por encima de ella, seguía lozana, delicada y perfumada.”

A partir de aquí, el relato a dos voces, la del narrador y la del propio Antonio, que se mezclan y a veces se confunden, entra, sin apenas transición, en la historia de un patético sometimiento de un burgués al capricho cruel de una joven sin muchos escrúpulos. Nada sabemos de lo que piensa o siente Laide, ni siquiera estamos seguros de lo que hace o de quién es realmente. Lo que sí parece claro es que para Laide, Dorigo no es más que un cliente, feo, aburrido y celoso, que por muy arquitecto que sea no tiene más que un destartalado seiscientos. Nada le debe, y se sabe tan necesaria que ni las absurdas mentiras ni los crueles desprecios ni los intolerables desplantes que le hace le impedirán conseguir todo lo que quiera de él.

“Y todo lo que no era ella, lo que no le incumbía a ella, todo el resto del mundo —el trabajo, el arte, la familia, los amigos, las montañas, las otras imágenes, millares y millares de otras mujeres bellísimas, mucho más bellas y sensuales incluso que ella— le importaba un comino, podían irse enteramente al diablo, a aquel sufrimiento insoportable sólo ella, Laide, podía poner remedio y no era necesario siquiera que se dejara poseer o fuese particularmente amable: bastaba con que estuviera con él, a su lado, y le hablara y, aun a regañadientes, se viese obligada a tener en cuenta que él, al menos por unos minutos, existía.”

Nada importan realmente los pensamiento o sentimientos de Laide, por mucho que nos intriguen y nos pasme la libertad con la que se conduce una mujer tan joven, el objeto del relato es la pasión obsesiva de Antonio. Antonio no solo sufre los desprecios constantes de Laide, sino que su mente no es capaz de poner freno a todo tipo de imaginaciones sobre situaciones grotescas en las que ella se ríe de él y en las que no escatima los detalles depravados y procaces. Él es muy consciente del patético papel que está jugando y es incapaz de abandonar, la alternativa sería “El vacío, la soledad… un futuro cada vez más triste y muerto”, lo que es una fuente adicional de tormentos y cavilaciones.

“… ¿y el resto? ¿Todas las demás horas del día y la noche? ¿Adónde iba? ¿A quién frecuentaba? Su verdadera vida, esperanzas, diversiones, gozos, vanidades, amores, estaban en otra parte, no en el brevísimo tiempo que pasaba con Antonio. Allí era ella de verdad, allí radicaba todo lo que él hubiera querido saber de ella, allí estaba el mundo misterioso, fascinante, tal vez infame y sombrío, que le estaba vedado a él.”

La obra, de un realismo descarnado, es una rara avis en la literatura alegórica o fantástica del autor, pero no de menor atractivo. Como anécdota se puede apuntar el parecido entre el apellido de Antonio, Dorigo, y el del protagonismo del “Desierto de los Tártaros”, Drogo, y el hecho de que la espera, tema central de su novela más célebre, juegue aquí también un papel muy importante como catalizador de los borrascosos pensamientos de Antonio.
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