Se sentía casi feliz. O quizá reconoció que esa era la sensación que producía la felicidad. Lo que uno necesitaba era un pretexto. A falta de pretexto, necesitaba un sucedáneo.
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Se sentía casi feliz. O quizá reconoció que esa era la sensación que producía la felicidad. Lo que uno necesitaba era un pretexto. A falta de pretexto, necesitaba un sucedáneo.
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No se puede pensar en un hombre cuando se lo tiene delante. Es su ausencia lo que alimenta el amor romántico.
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A sus cuarenta años, la doctora Weiss comprendió que la literatura le había destrozado la vida.
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Y, curiosamente, la doctora Weiss jamás había conocido a nadie, hombre o mujer, amigo o colega, capaz de soportar la literatura fuera de la página impresa
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"Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo" ¿El personaje de qué libro está hablando?