InicioMis librosAñadir libros
Descubrir
LibrosAutoresLectoresCríticasCitasListasTest
>

Crítica de Guille63


Guille63
13 March 2023
“Qué pequeño recipiente de tristeza somos, navegando en este apagado silencio a través de la oscuridad del otoño.”

Me está ocurriendo algo curioso últimamente con los libros que leo. Entre las sucesivas lecturas voy descubriendo como un hilo invisible que las conectan de algún modo. Por no irme más atrás, en mi lectura anterior, “Los enamoramientos”, de Javier Marías, se dice: “…su presente le causaba tanto desconcierto que en él era mucho más vulnerable y lánguida que cuando se instalaba en el pasado, incluso en el instante más doloroso y final del pasado…”. Y exactamente, punto por punto, es lo que le sucede al protagonista de esta hermosa, triste y terrible historia que nos cuenta John Banville con su prosa elegante y condensada en la que no falta, como parece que en él es habitual, un uso algo pretencioso del lenguaje.

“Esconderme, protegerme, guarecerme, eso es todo lo que realmente he querido siempre, amadrigarme en un lugar de calor uterino y quedarme allí encogido, oculto de la indiferente mirada del sol y de la severa erosión del aire. Por eso el pasado supone para mí un refugio, allí voy de buena gana, me froto las manos y me sacudo el frío presente y el frío futuro.”

Y por esa memoria del pasado, caprichosa, esquiva, poco fiable, pero que, al mismo tiempo y de forma un tanto sorprendente, llega a ser puntillosa y detallista hasta niveles imposibles, sabremos de Max Morden, protagonista y narrador de esta historia, de su infancia, ese lugar del que nunca nos desprendemos. También sabremos de la culpa que arrastra desde entonces por algo que provocó sin intención, un malentendido que causó una catástrofe familiar y que ahora se entrelaza con el deterioro que conlleva los muchos años vividos y con el desamparo que siente tras la muerte de su mujer.

“Puta, maldita puta, cómo has podido dejarme así, revolcándome en mi propia inmundicia, sin nadie que me salve de mí mismo.”

Y no es esta necesidad de volver al pasado la única hebra que une a este libro con el del escritor español, mayor aun es la coincidencia entre ambos en la indagación de lo que la muerte de un ser querido provoca en nuestras vidas, en nuestra identidad, cómo puede llegar a resquebrajarse aquello que fuimos y que ya no podremos reconstruir pues ese ser que se ha ido era la pieza que todo lo sostenía.

“… lo que encontré en Anna desde el principio fue una manera de realizar la fantasía de mí mismo.”

Este problema de la identidad es otro de los grandes puntos de la novela, un tema siempre muy presente en las novelas de Javier Marías y que ahora también encuentro en mi lectura actual, “A contraluz”, de Rachel Cusk, la cual, a su vez, tiene una frase que bien podría ser el inicio de una novela de Marías: “…fue al oír que mi marido cantaba L'amour est un oiseau rebelle en la ducha cuando me di cuenta de que me era infiel”. El hilo haciendo de las suyas.

Si Banville pone en boca de su protagonista: “Desde el principio quise ser otra persona… Anna, lo comprendí enseguida, sería el medio para transmutarme”, Cusk hace lo propio con uno de sus personajes: “… la ausencia de su marido le había parecido la ausencia de un centro magnético sin el cual ya nada tenía el menor sentido… a través de él, se había convertido en otra persona. de alguna manera, él la había creado”.

Y así, con la muerte de aquella con quién construyó su ser-en-el-mundo aparecen las dudas, “…no puedo desembarazarme de la convicción de que me perdí algo, de que nos perdimos algo, sólo que no sé qué pudo ser”, algo que quizás pudiera encontrar en el pasado, en sus principios, a la orilla de aquel mar de los veranos de su infancia en el que, como otros hicieron en el pasado, se siente ahora desaparecer.
Comentar  Me gusta         00



Comprar este libro en papel, epub, pdf en

Amazon ESAgapeaCasa del libro