El paisaje era realmente delirante. Daba la impresión de que la Tierra Blanca solo era de las personas durante el día; al atardecer y de noche pertenecía por entero a la naturaleza. Reinaba el silencio, no se oía ningún ruido, solo una especie de canto extraño de fondo. Dupin no habría sabido decir si de pájaros o de grillos. Casi un poco fantasmagórico. De vez en cuando se oía el grito de una gaviota bravucona, una mensajera del mar cercano
|