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La novela de Atwood se devora, si bien no considero que esté a la altura de El cuento de la criada, mucho más enigmática, técnicamente más compleja, a mi juicio, y, por eso, más exigente con el lector. La técnica narrativa es totalmente diferente en Los testamentos. Esta vez nos encontramos ante un narrador triple: una niña criada en Canadá, una niña criada en Gilead y una tía que desempeña un papel principal para con los altos mandos de Gilead. Los testimonios de estos tres personajes se van intercalando en tres tramas, en un primer momento, independientes que, conforme avanza la novela, van confluyendo. Por otra parte, la novela, aunque, en principio, es autónoma y solo comparte con su predecesora el contexto, poco a poco va descubriendo vínculos importantes que la relacionan con El cuento de la criada, pese a que la trama tiene lugar quince años después.Se percibe con mucha claridad que es una novela de fin de ciclo, de cierre de un universo que ha cosechado un éxito apabullante y que merecía un final escrito por su creadora y no por los guionistas de la serie de televisión -Atwood es, no obstante, asesora de la serie-. He de decir que dicho final me ha gustado mucho porque era lo que quería que ocurriese, pero, precisamente, siendo la clausura de esta distopía, me ha chirriado un poquito que todo concluyese tal y como yo quería y, al fin y al cabo, como tenía que acabar para muchos seguidores de la trama de El cuento de la criada, sea en la versión novelesca, sea en la televisiva.
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