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Dicen que en los cerros lejanos que en los bosques sin fn, una hambrienta serpiente, serpiente diosa, hijo del Sol, dorada, está buscando hombres. |
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Dicen que en los cerros lejanos que en los bosques sin fn, una hambrienta serpiente, serpiente diosa, hijo del Sol, dorada, está buscando hombres. |
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Al pueblo hermano de Vietnam, llameante. A este pueblo que, en el medio mismo del mundo, en la edad del espanto, nos hace conocer que el fuego que hizo el hombre con su mano sigue ardiendo en el fuego de sus manos. |
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Eres tú, ahora, pueblo de Cuba, simiente del mundo, del cielo y de la tierra, simiente inmortal, fruto del hombre eterno. Eres pequeña, pero no existe quien te pueda doblegar. La semilla es pequeña, pero rompe cualquier piedra, cualquier roca y la hace florecer. |
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No sabemos bien qué ha de suceder. Que camine la muerte hacia nosotros; que vengan esos hombres a quienes no conocemos. Los esperaremos en guardia; somos hijos del padre de todos los ríos, del padre de todas las montañas. ¿Es que ya no vale nada el mundo, hermanito doctor? |
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No tememos a la muerte; durante siglos hemos ahogado a la muerte con nuestra sangre, la hemos hecho danzar en caminos conocidos y no conocidos. |
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Curaré tu fatiga que a veces te nubla como bala de plomo; te recrearé con la luz de las cien flores de quinua, con la imagen de su danza al soplo de los vientos; con el pequeño corazón de la calandria en que se trata el mundo; te refrescaré con el agua limpia que canta y que yo arranco de la pared de los abismos que tiemplan con su sombra a nuestras criaturas. |
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¿Qué hay a la orilla de esos ríos que tú no conoces, doctor? Saca tu largavista, tus mejores anteojos. Mira, si puedes. Quinientas flores de papas distintas crecen en los balcones de los abismos que tus ojos no alcanzan, sobre la tierra en que la noche y el oro, la plata y el día se mezclan. Esas quinientas flores son mis sesos, mi carne. |
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He aquí que los poderosos ríos, los adorados, que partían el mundo, se han convertido en el más delgado hilo que teje la araña. El hombre es dios. ¿Dónde está el cóndor, dónde están las águilas? Invisibles como los insectos alados se han perdido en el aire o entre las cosas ignoradas. |
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en tu tiempo éramos aún dueños, comuneros. Ahora, como perro que huye de la muerte, corremos hacia los valles calientes. Nos hemos extendido en miles de pueblos ajenos, aves despavoridas.
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Escucha, padre mío, mi Dios Serpiente, escucha: las balas están matando, las ametralladoras están reventando las venas, los sables de hierro están cortando carne humana; los caballos, con sus herrajes, con sus locos y pesados cascos, mi cabeza, mi estómago están reventando, aquí y en todas partes |
Marinero en tierra