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Crítica de Guille63


Guille63
10 March 2023
“¿Hay algo más pavoroso que el hombre?”

En mi comentario a “El fin del Homo Sovieticus” ya hablé suficientemente acerca de las muchas virtudes que adornan la prosa de Svetlana Aleksiévich y sobre las poderosas razones por las que todo el mundo debería leer el libro. Absolutamente todo lo dicho allí es trasladable a esta inteligente y estremecedora crónica de la catástrofe de Chernóbil, por lo que opto por no repetirme y, como la mejor forma de incentivar a su lectura, me limito a dejar hablar al propio libro:

Un libro que es un emocionante homenaje a los que participaron en el desastre:

“De modo que nos trajeron aquí. Llegamos a la central misma. Nos dieron una bata blanca y un gorrito blanco. Una mascarilla de gasa. Limpiamos el territorio… Los robots no lo aguantaban; las máquinas se volvían locas. Nosotros, en cambio, trabajábamos.”

“Hubo un momento en que existió el peligro de una explosión termonuclear... no se hubiera podido vivir en una zona enorme de Europa. ¿Se imagina? Una catástrofe europea… de modo que esta era la misión: ¿A ver quién se zambullía en aquel agua y abría allí el pestillo de la compuerta de desagüe… Se pidió voluntarios. ¡Y aparecieron! Y los muchachos se tiraron, se zambulleron muchas veces y abrieron aquella compuerta. Esta gente ya no existe.”

“Yo he estado en el reactor... Aquello era la libertad. Allí me sentí un hombre libre... Nos mandan al reactor, pues nos subimos al techo del reactor... Sentías algo... ¿Como qué? [Se queda pensativo] Una sensación que no he experimentado ni siquiera en el amor... ¡Yo confiaba en mi buena estrella! ¡Ja, ja, ja! Y hoy soy un inválido de segundo grado.”

“Mandan un robot estadounidense al tejado, trabaja cinco minutos y va y se para. El robot japonés también trabaja nueve minutos y se para. En cambio, el robot ruso se pone a trabajar y está dos horas. Y en eso que se oye por la radio: ¡Soldado Ivanov, puede bajar para un descanso!”

Un libro que es una denuncia de las mentiras y la desinformación:

“Ya va el tercer mes que la radio lleva diciendo: «La situación se estabiliza, la situación se estabiliza, la situación se estabiliza»… «Os vamos a dar una vida paradisíaca. Lo único que tenéis que hacer es quedaros y trabajar. Os llenaremos las tiendas de salchichón y de alforfón.»…”

“Comprendí que todos nosotros habíamos participado... en un crimen... en un complot... [Calla.] He comprendido que en la vida las cosas más terribles ocurren en silencio y de manera natural.”

“Éramos hombres de nuestro tiempo, de nuestro país soviético. Creíamos en él… Porque, cuando pierdes la fe, cuando te quedas sin convicciones, ya no eres un participante, sino un cómplice, y para ti ya no hay perdón.”

“De nosotros, los bielorrusos, de los diez millones de personas, más de dos millones viven en tierras contaminadas. Un laboratorio natural. Todo está listo para anotar los datos, para hacer experimentos.”

“Llega el marido a casa del trabajo y se queja a su mujer: —Me han dicho que o mañana me voy a Chernóbil o entrego el carné del Partido. —Pero si tú no eres miembro del Partido —le dice su mujer. —Pues por eso, a ver dónde encuentro yo un carné.”

Pero que, sobre todo, es un libro sobre el horror:

“¡Es imposible contar esto! ¡Es imposible escribirlo! ¡Ni siquiera soportarlo!... ¡Lo quería tanto! ¡Aún no sabía cuánto lo quería! Justo nos acabábamos de casar... Aún no nos habíamos saciado el uno del otro... Él empezó a cambiar. Cada día me encontraba con una persona diferente a la del día anterior. Las quemaduras le salían hacia fuera... El color de la cara, y el del cuerpo..., azul..., rojo..., de un gris parduzco. Y, sin embargo, todo en él era tan mío, ¡tan querido!!”

“Mi hija cumplió seis años. Los cumplió justo el día del accidente. La acostaba y ella me susurraba al oído: «Papá, quiero vivir, aún soy muy pequeña»… Y aún quieren de nosotros que callemos… Apunte al menos que me hija se llamaba Katia...Katiuska. Y que murió a los siete años.”

“Mi niña... Mi niña no es como los demás… No juega a las compras, ni a la escuela, sino que juega con sus muñecas al hospital, les pone inyecciones, les coloca el termómetro… la muñeca se le muere y ella la cubre con una sábana blanca.”

“Coro de niños...: ¡Mamita, no puedo más! ¡Es mejor que me mates! ...Los médicos han dicho que me he puesto enferma porque mi padre trabajó en Chernóbil. Y yo nací después de aquello. Yo quiero a mi padre... Nos moriremos y nos convertiremos en ciencia —decía Andréi...Nos moriremos y se olvidarán de nosotros —así pensaba Katia...Cuando me muera, no me enterréis en el cementerio; me dan miedo los cementerios, allí solo hay muertos y cuervos. Mejor me enterráis en el campo—nos pedía Oxana...—Nos moriremos —lloraba Yulia...Para mí el cielo está ahora vivo, cuando lo miro. Ellos están allí.”

“Veías a una mujer joven sentada en un banco junto a su casa, dándole el pecho a su hijo. Comprobamos la leche del pecho: es radiactiva.”

“Una ucraniana vende en el mercado unas manzanas rojas, grandes. Y grita: « ¡Compren mis manzanas! ¡Manzanitas de Chernóbil!». Y alguien le recomienda: «Mujer, no digas que son de Chernóbil. Que nadie te las comprará». « ¡Pero qué dices! ¡Las compran y cómo! ¡Unos, para la suegra; otros, para su jefe!»”


Sentencia: A Viktor Briujánov (director de la central nuclear), Nikolai Fomin (ingeniero jefe) y Anatoli Diátlov (viceingeniero jefe), diez años a cada uno. Para el resto las penas fueron más cortas.

Así acaba la historia.


P.D. La oficina turística de Kíev les ofrece un viaje a la ciudad de Chernóbil y a las aldeas muertas. Se ha elaborado un itinerario que empieza en la ciudad muertan de Prípiat...Visiten La Meca nuclear. Y a unos precios moderados.
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