No suelo hacerlo, pero lo pide a gritos. Detengámonos, un instante, en la portada. Abajo, a la izquierda, Vladimir. No es nombre de perro, pero así se llama. Su cara lo dice todo. Seguro de sí mismo, se pregunta: ¿Qué hago yo en un parque tan raro? El resto, una estación de metro de Bruselas y, una fecha. 22 de Marzo de 2016, de la que, por el bien del lector, nada más añado. Elena y Leo son sus dueños. Ella, dinámica, aventurarera, inquieta y quizás, demasiado impulsiva. Él, un osezno. Tranquilo, conformista, rutinario y antisocial. Acertáis aquellos que pensáis que la pareja no tiene futuro. Narrada a tres voces (can incluido) Concha Torres nos plantea algo tan actual como lo es un proceso de divorcio, donde la custodia de Vladimir es el eje central del conflicto. Lo es, además, en una ciudad donde las leyes sitúan a estos seres de cuatro patas como un bien material. Nuestro protagonista de negro hocico, se encuentra en el otoño de su vida, y sus pensamientos y referencias, no tienen desperdicio. Él nos ladra en tinta, sencilla, clara y pulcra, la incomodidad que le produce un divorcio, que no entiende, pero que modifica las rutinas acostumbradas y el comportamiento de sus dueños. Simplemente exquisito. Como ya me ocurriera con su anterior libro, leer a Torres es llegar a casa. No me refiero al momento de abrir la puerta, sino al de ya está todo hecho y ahora el tiempo es mío. Nada mejor, que una escritura cercana, para alcanzar el nirvana de la comodidad, y en esto, la autora, no defrauda. La novela, pese a su brevedad y frescura, contiene matices dignos de reflexiones profundas. Desde los grandes bufetes de abogados que no entienden las necesidades básicas del cliente, hasta los prejuicios con ciertas etnias, que aumentan en nosotros cuando la alarma social trae consigo, al siempre incomodo miedo. Hay otras cuestiones, pero han de quedarse bajo secreto de sumario. La salmantina de nacimiento, me reconquista con su enorme capacidad de contar historias que emocionan y llegan al alma. + Leer más |