Un amor borravino

-Tú tienes tus fantasmas y yo, mis demonios. Ya no espero tanto como cuando era más joven, lleno de sueños. Cuando llegué a este país, pensé que todo lo que había sufrido era para arribar a ese estado de felicidad; poco después, me di cuenta de que era solo un espejismo tras el que había otro manto de dolor que sobrepasar, un escalón más para llegar a ese lugar.
-¿Se llega alguna vez?
-Eso no lo sé, Willow. Pero ¿qué sería de nosotros sin la esperanza?

-Solo hay una solución a los miedos -informó él tan serio como si fuera una conversación intrascendental y no una que definía su futuro.
-¿Cuál es?
-Enfrentarlos, Kammy. Enfrentemos juntos a todos los monstruos que se nos pongan delante. Seré tu gladiador si lo necesitas, seré tu dragón, seré lo que haga falta. Yo también te necesito a mi lado para dar pelea.

Brazos de diferentes partes lo envolvieron como un caparazón. Reían, lloraban, pero más que nada, compartían su felicidad, y eso es lo que hace una verdadera familia: te acompaña a cada paso, te ampara de todo mal, te cura las heridas y, más que nada, te ama siempre y sin condiciones.

Prosigue, relata tu infierno, cuando termines, verás que las llamas se han apagado y, si no fuera así, te ayudaré a exterminarlas del todo.

El beso fue lento, pero ardiente, de esos que se degustan despacio para que no finalice nunca, sin embargo, que hacen que la sangre se caliente tan rápido como si se estuviera a punto de explotar.