InicioMis librosAñadir libros
Descubrir
LibrosAutoresLectoresCríticasCitasListasTest

Luisa Fernanda Garrido (Traductor)Tihomir Pistelek (Traductor)
ISBN : 8496136582
384 páginas
Editorial: Acantilado (30/11/-1)

Calificación promedio : 4.5/5 (sobre 1 calificaciones)
Resumen:
Aún no tenemos la descripción del editor en nuestra base de datos (contraportada)
Añadir la descripción del editor

También puedes contribuir a la descripción colectiva redactada por los miembros de Babelio.
Contribuir a la descripción colectiva
Comprar este libro en papel, epub, pdf en

Amazon ESAgapeaCasa del libro
Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Guille63
 17 October 2023
Magnífica novela de incómoda lectura.

Incómoda por varias razones. La primera es el sentimiento de compasión que, a mi pesar, sentí hacia el protagonista de esta historia. Vilko Lamian tuvo la mala suerte de nacer en una familia judía en la peor época posible. Siendo alguien que nunca quiso tener nada que ver con la comunidad hebrea —fue incluso bautizado como católico y no circuncidado— sufrió su mismo destino.

La segunda surge de una pregunta a la que nos enfrenta la novela: ¿qué habríamos hecho nosotros en esa misma situación? ¿A qué nos podría haber llevado ese fuerte instinto que nos arrastra ante “la tarea de sobrevivir pese a todo”?

“… no ante la tarea, porque la propia naturaleza se lo imponía a todos, sino ante la crispación causada por la imposibilidad de cumplirla… la crispación los alineaba en los Komandos, en los escuadrones, movía sus pies en las marchas, hacía resonar sus voces en el canto, los incitaba a la abyección, a la adulación, a la acumulación y a soportar la humillación si era preciso, si con ello el bocado podía ser mayor, si con ella la perspectiva del instante siguiente podía consolidarse”

Gracias a una arriesgada y afortuna jugada, Lamian llegó a ocupar el puesto de Kapo (recluso de los campos de concentración al que se le daban ciertas responsabilidades sobre los presos a cambio de gozar de algunos privilegios), quedando bajo la protección de un jefe de la SS para el que debía conseguir el oro que los judíos traían consigo. Mantener el puesto de Kapo suponía estar dispuesto a hacer ciertas cosas (“había roto cabezas a bastonazos, había tirado a los hombres al agua para ahogarlos, había comprado la sumisión de las deportadas famélicas por un trozo de pan y un sorbo de leche”) y, aunque Lamian hubiera preferido no hacerlas, tampoco se arrepentía de ello: en realidad lo único que hizo, piensa, fue acelerar el fin de los otros para retrasar el suyo.

“Había que pasar por la impudicia del frío y la amenaza de muerte para comprender, había que vivir aquellas noches y días de estar al acecho, de hambre, de alucinaciones febriles…”

Gracias a ello, Lamian consiguió sobrevivir al campo de concentración, pero en realidad nunca salió de él. Vivió el resto de su vida bajo el miedo a ser descubierto, con la sensación de que en cualquier momento lo llevarían a la cámara de gas.

“Vienen a desenmascararme, a escupirme, a atraparme y ponerme a sus pies, para pisotearme y darme de palos… me exhibirán como un engendro monstruoso… convertirán mi nombre en el equivalente del mal… podía suceder en cualquier parte del país, en cualquier lugar habitado...”

Ese miedo se agudizó hasta niveles insoportables cuando, cuarenta años después y por accidente, se enteró de que una de las mujeres a las que violó en el campo, una de esas a las que compró su sumisión por un trozo de pan y un sorbo de leche, había sobrevivido y no vivía muy lejos.

“Todas ellas eran frutas condenadas a pudrirse, arrojadas al montón, al olor infecto del campo, pero allí estaba él, el Kapo de los talleres, para, antes de que la descomposición, el moho, la pestilencia, se adueñaran de ellas, recoger y apartar a las mejores, las más conservadas, morder su carne aún entera, exprimir su dulzura antes de devolverlas al montón donde se reintegrarían al proceso de destrucción al que, con o sin él, estaban destinadas.”

Lamian empezó su busca. Quizás porque en el fondo sentía remordimientos. Los abusos y las violaciones de reclusas no era lo mismo que usar la porra con los presos, eso no le producía ninguna exaltación, era algo que tenía que hacer para mantener su estatus, para conservar la vida. Lo de las presas era distinto, nadie se lo exigía, solo con ellas experimentaba el poder que le otorgaba su cargo. Quizás también porque, ya cercana su muerte, necesitaba confiarse a alguien, descargar su conciencia y lo mismo daba si lo que recibía era la condena o el perdón. Quizá pensara que alguno de ellos era el verdadero motivo, pero lo más probable es que simplemente quisiera evitar la venganza.

En fin, la última de las razones de mi incomodidad venía de estar leyendo un libro sobre el holocausto teniendo tan presente el conflicto palestino-israelí. Una incomodidad que se agravaba al considerar una cobardía por parte del autor elegir como protagonista a un “mal judío”, como si solo un “mal judío” pudiera ser capaz de estos actos. No solo eso. Si bien los Kapos eran mayormente delincuentes comunes o presos políticos, también hubo judíos entre ellos, herederos en algunos casos de los Consejos que organizaron la vida en los guetos, y que Vilko Lamian adquiriera el cargo gracias a suplantar la personalidad de un comunista asesinado en el campo me parecía esquivar la cuestión. al final me llevé una gran alegría, y me reconcilié con el autor, cuando encontré el siguiente párrafo:

“Los fuertes estaban todos en Israel, entre sus hijos que habían nacido allí y que ahora encerraban a otros con alambradas, no abriéndolas más que para dejar entrar a los mercenarios que degollarían en su lugar…”

Aleksandar Tišma, mucho menos conocido que Kertész o Primo Levi, ha escrito posiblemente las mejores novelas sobre el holocausto… o eso me parece a mí. (Premio nacional a la mejor traducción de 2005 a Luisa Fernanda Garrido Ramos).
+ Leer más
Comentar  Me gusta         92
Libros más populares de la semana Ver más
Comprar este libro en papel, epub, pdf en

Amazon ESAgapeaCasa del libro


Lectores (1) Ver más