Cómo maté a mi padre de Sara Jaramillo Klinkert
Ella no paraba de llorar, con esas lágrimas silenciosas de quien ya está cansado de hacerlo, esas lágrimas que conocen bien su cauce porque son ellas las que lo han labrado, de tanto fluir rostro abajo, siguiendo siempre la misma ruta, que arranca en los ojos, bordea la nariz, roza los labios y termina perdiéndose en el cuello.
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