Memorial Drive: Recuerdos de una hija de Natasha Trethewey
En el mundo exterior, cuando estaba con sólo uno de ellos, empecé a sentir una profunda sensación de no encajar, de no pertenecer a ningún lugar. Si estaba con mi padre, evaluaba las educadas respuestas que le daba la gente blanca, que se dirigía a él llamándolo «señor» o «caballero». En cambio, a mi madre la llamaban «chica», nunca «señora», como me habían enseñado que era lo correcto. Era tan distinto el trato que yo recibía según con quién estuviera que empecé a dudar de cuál era mi sitio y qué actitud me correspondía adoptar. Sólo cuando nos encontrábamos en casa, los tres juntos, sentía que mi lugar estaba con ellos, que era profundamente «suya», y en esa trinidad de madre, padre e hija cerraba los ojos y me quedaba dormida en su cama de matrimonio, entre los dos.
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