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La canción secreta del mundo de José Antonio Cotrina
—Marc, Marc, Marc… —Lo repetía como un mantra, como una plegaria. Aquel nombre en sus labios la salvaba de la inenarrable angustia de ser ella—. Marc, Marc, Marc… —Tuvo la estúpida ocurrencia de que si dejaba de pronunciarlo, él moriría. Que la única manera que tenía de mantenerlo con vida era afianzarlo entre sus cuerdas vocales, darle forma con su lengua y anunciarlo a la creación entera, convertir su nombre en verbo para conjugar su existencia y expulsar el horror intolerable de un mundo que no lo contuviera—. Marc, Marc, Marc… —Proclamarlo a gritos, a mordiscos, clavarlo en el aire, grabarlo en los pulmones, en las corrientes de su sexo, en los sacrosantos cimientos de la realidad—: ¡Marc! —gritó.
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