Calificación promedio: 5 (sobre 4 calificaciones)
/Escribo desde que era muy pequeña. Lo primero que recuerdo es simular hacer telediarios. Redactaba noticias y las locutaba como las presentadoras de la tele. Luego, disfrutaba escribiendo relatos cortos. Debía tener 8 o 9 años. En ellos, siempre moría algún personaje, podría decirse que siempre tuve una visión trágica de la existencia... sin desestimar la comedia. Desde siempre fui una ávida lectora. Para mí la escritura literaria ha sido y es un modo inevitable de expresión creativa. Me fascinaban la creación de personajes, las tramas, los diálogos, la poética de cierta escritura, descubrí que era un camino lleno de matices, y eso me gustaba. La ficción no tiene techo.
Hay un contagio mutuo. Es una osmosis perfecta
Indudablemente los formatos son diferentes, la escritura teatral obliga a imaginar la escena, podría decirse que está más sometida a otros condicionantes precisamente porque nace para ser representada.
La furia del Kolibri tiene muchos más aspectos teatrales o audiovisuales que otras novelas anteriores. Hay capítulos que funcionarían como una escena de una película, o de una obra. Es inevitable ese contagio de formatos, lo esencial es contar la historia con lo necesario.
Me perseguía la primera frase obsesivamente: un helicóptero que se tiene que enterrar por piezas en el patio trasero de una casa. Ese fue el comienzo, a menudo suelo empezar por una imagen, una situación o una frase. Todo lo demás, llega después. Me hago muchas preguntas en el proceso previo a la escritura, pero nunca voy con un plan establecido. Encontré algunas imágenes de los helicópteros Kolibri alemanes, y me llamó la atención la figura de un hombre corpulento, al lado de uno de estos helicópteros, que posaba con un inmenso orgullo. Era su inventor, Anton Flettner. Necesitaba incorporar a ese hombre, y ese orgullo en mi historia, y fue a partir de ese preciso helicóptero y esa foto, que me introduje en la mecánica de aviación.
Debo confesar que llegó a ser un proceso muy obsesivo. Establecí cuatro áreas fundamentales de investigación, que iban adquiriendo otras ramificaciones según avanzaba. Los hechos históricos de ese periodo concreto, en Alemania y en Madrid, la mecánica de aviación nazi en las fábricas Anton Flettner, la vida cotidiana de los alemanes durante el nazismo, y la resistencia civil alemana. De cada bloque surgieron muchos otros aspectos, como los informes técnicos de las autoridades nazis cuando aprobaban un prototipo para su fabricación en serie, un sinfín de documentación que sirvió para enriquecer a los personajes que aparecen en la novela. Muchos de ellos son personajes históricos, con ciertas licencias literarias.
Me gusta mucho que uses la palabra «derrumbe» porque es exactamente lo que sucede cuando la realidad devora todo intento por preservar los ideales. Hay un acto de valentía en quiénes lo consiguen. Hans, el protagonista, es un claro ejemplo de lo mucho que se pierde cuando esto ocurre, cuando los ideales se mantienen pese a todo. Él ha elegido guardar silencio después y vivir con la sombra de la sospecha. Hay un problema de confianza, de comunicación, de miedo a ser juzgado por sus seres queridos. Para mí es una novela que habla también de la vulnerabilidad del ser humano. De un tipo de vulnerabilidad que se mantiene a pesar de los actos de valentía.
La suma de muchas pequeñas historias personales construye la Historia con mayúsculas. Me gustaba la mirada del niño que fue Hans sobre unos acontecimientos tan relevantes como el ascenso de Hitler al poder. Al principio de la novela, mientras recuerda todo aquello, repite mucho la frase «y no supe qué sentir». La historia se revela como una sucesión de pequeños impactos en su personalidad. Fuera de convencionalismos, Hans no sabía qué sentir, qué hacer, qué decir.
Esa sería la pregunta que Hans hubiera lanzado a sus hijos. Pero era tan aterradora la posibilidad de un «juicio», que eligió el silencio. Es curioso como uno puede ser un héroe o un villano según en el lado en que te pongas a observarlo.
En una historia que se llama Maicena. Es una comedia negra, con unos personajes de identidades muy marcadas en lo absurdo: Bilis Negra y Bárbara Kensington. Maicena es también una serie de televisión. Estoy trabajando ese formato en paralelo. No me gusta acomodarme en un género o en un tipo de narrativa.
La princesa y el guisante, de Andersen, a los siete años.
Víctor Hugo y David Foster Wallace.
Con 15 o 16 años, Fernando Pessoa.
Ninguna. Las que me emocionan temo que no me provoquen lo mismo una segunda vez.
El manuscrito que me deja algún amigo con interés en conocer mi opinión. Aunque siempre cumplo, a veces me retraso.
Los clásicos, clásicos son.
Un libro concreto: Las Heroídas (o Las cartas de las heroínas) de Ovidio.
No es una cita como tal, aparece en una entrevista a Alan Moore que siempre tengo muy presente y habla de la escritura. Dice algo así como «Asegúrate de estar a la altura. Esta tradición es gloriosa y noble, muchos otros se dedicaron a ella antes que tú».
Poesía. Hotel Vivir de Fernando Beltrán y La curación del mundo.
¿Cuántas novelas hay en la serie Harry Potter?