La librería ambulante de Christopher Morley
Y nadie sabe nada sobre literatura a menos que pase la mayor parte de su vida sentado.
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La librería ambulante de Christopher Morley
Y nadie sabe nada sobre literatura a menos que pase la mayor parte de su vida sentado.
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La librería ambulante de Christopher Morley
No me he pasado quince años ocupándome de las labores domésticas de la granja sin haber elaborado mis propias ideas sobre la vida. Y sobre los libros.
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La librería ambulante de Christopher Morley
Un buen libro debe ser simple. Y como Eva, debe provenir de algún lugar entre la segunda y la tercera costilla: debe haber un corazón latiendo en su interior. Una historia que es solo cerebro no vale demasiado.
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La librería ambulante de Christopher Morley
¡Qué absurdas víctimas de deseos contradictorios somos las personas! El hombre que se ha establecido en un sitio anhela la vida del vagabundo. El hombre que viaja anhela tener un hogar. ¡Y, aun así, cuán bestial es el conformismo! Todas las grandes cosas de la vida fueron hechas por gente que no estaba conforme.
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La librería ambulante de Christopher Morley
[...] todavía estoy un poco a la deriva. Mi deseo de aventuras me ha llevado a un terreno más profundo de lo que pensaba. Empiezo a entender que hay mucho más en este juego de vender libros de lo que me imaginaba. Para serle franca, creo que lo llevo en la sangre.
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A mi entender, un hombre que ama los libros no tiene por qué morirse de hambre.
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Me pregunto si no hay un montón de creencias bobas alrededor de la educación superior. Nunca he conocido a nadie que por ser hábil con los logaritmos y otras formas de poesía fuera más ducho lavando platos o zurciendo calcetines.
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«El mundo está lleno de grandes escritores que hablan de literatura», dijo, «pero todos ellos son egoístas y aristocráticos. Addison, Lamb, Hazlitt, Emerson, Lowell, escoja al que quiera, conciben el amor por los libros como un escaso y perfecto misterio al alcance de unos pocos, algo reservado al silencioso estudio donde se refugian en las noches con una vela, un cigarro, una copa de oporto sobre la mesa y un perrito de aguas junto a la chimenea. Lo que quiero decir es: ¿quién se ha aventurado alguna vez en las montañas y los campos para llevarles la literatura a las gentes más simples?, ¿quién ha llevado la literatura hasta sus mismos hogares, hasta sus razones y corazones, como dicen por ahí? Cuanto más se adentra uno en el campo, menos y peores libros se ven.
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Siempre he tenido la impresión de que es mejor leer un buen libro que escribir uno malo y pobre.
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Los chicos de la ciudad al menos tienen las bibliotecas, pero aquí en el campo sólo está el almanaque del viejo doctor Hostetter y esas cartas en las que unas señoras reumáticas hablan de lo bien que les funcionó la Peruna. Deles a estos dos chicos suyos unos cuantos buenos libros y los pondrá en el ancho y casi siempre bloqueado camino hacia la felicidad. Ahí tiene Mujercitas, donde su chica podrá aprender mucho más sobre la auténtica juventud de las señoritas y la adecuada feminidad de las mujeres que en todo un año de juegos con muñecas en el desván.
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Creo que la gente común y corriente, la del campo, quiero decir, nunca ha tenido la oportunidad de comprar libro y mucho menos de que alguien les hable de lo que significan. Está bien que los decanos de las universidades exhiban sus estanterías de dos metros llenas de la mejor literatura y que los editores publiciten su colección de Clásicos del Linóleo, pero lo que la gente necesita es algo bueno, familiar, honesto. Algo que les llegue a las entrañas, que los haga reír y temblar y marearse y pensar en la pequeñez de esta bola de palomitas de maíz que gira en el espacio sin obtener nada a cambio. Algo que los estimule a mantener limpio el hogar y la leña bien partida para hacer el fuego y los platos bien lavados y secados y ordenados. Cualquiera que haga leer a la gente del campo cosas que valgan la pena le estará prestando un gran servicio a la nación. Y eso es lo que esta caravana de la cultura pretende hacer...
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La librería ambulante de Christopher Morley
Incluso los editores, los tipos que imprimen los libros, no se dan cuenta de lo que estoy haciendo por ellos. Algunos se resisten a darme crédito porque vendo los libros por lo que valen y no por los precios que ellos les ponen. Me escriben cartas sobre la política de los precios fijos y yo les respondo hablándoles de mi política del mérito fijo. Que publiquen un buen libro y ya verán cómo lo vendo a buen precio. ¡Eso les digo! A veces creo que nadie sabe tan poco sobre libros como los propios editores. Aunque supongo que es algo natural. La mayoría de maestros de escuela no conoce bien a los niños.
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Por lo general le leía algún pasaje en voz alta a la gente y a cambio me daban de comer gratis. Es asombroso lo poco que sabe la gente del campo sobre libros y cuánto agradecen escuchar algo bueno.
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¿Cuántas novelas hay en la serie Harry Potter?