El acoso de Alejo Carpentier
Hablaba de su cuerpo en tercera persona, como si fuese, más abajo de sus clavículas, una presencia ajena y enérgica dotada, por sí sola, de los poderes que le valían la solicitud y la largueza de los varones.
|
Calificación promedio: 5 (sobre 100 calificaciones)
/De origen mexicano pero radicado en Madrid desde hace más de dos décadas, el artista Ugo Martínez Lázaro presenta 'RPM' acrónimo de Revoluciones por Minuto, una muestra de diferentes disciplinas que exhibe el resultado de un proceso que inició años atrás cuando el artista comenzó a investigar sobre la corriente artística del suprematismo, de principios del siglo XX, y la música concreta, un estilo que surge en la década de 1940. En un diálogo históricamente imposible pero perfectamente viable, Ugo pone a dialogar a los creadores de ambas corrientes en un cómic que él mismo dibuja y en el que narra, además, el camino premonitorio por el que ofrece al público las obras expuestas. Durante unas visitas a México y como parte del ensamble de improvisación musical 'Pirotecnia', Ugo participará en varios jams y de este registro se integra el primer disco de vinilo del grupo; una autoedición liderada por Ugo pero con el trabajo de más artistas que aportan música, diseño y fotografía, y que constituye el centro de la muestra sobre la que se despliega la creatividad de quien es capaz de fungir como musicólogo lírico, pero también como dibujante, músico experimental y artista plástico. La producción de este autor se encuentra a medio camino entre las ciencias sociales y el arte, y desde allí su creatividad se desborda a los distintos soportes que se exhiben en la muestra: dibujo a mano, diseño de proyectos e investigación, pintura e instalaciones artísticas. Se exhibe también el trabajo de la videasta Leoni elaborado a partir de una propuesta de Ugo, además de los interiores del disco de vinilo, y los discos que por sí mismos constituyen piezas de arte únicas; finalmente, se encuentra la instalación que como presagio que se vuelve real fue proyectada desde 2020, en un guiño al momento en que Alejo Carpentier trajera a Europa la música cubana, sólo que ahora es la música creada por Ugo y el ensamble Pirotecnia la que se manifiesta. Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España (CC BY-NC-ND 3.0 ES)
El acoso de Alejo Carpentier
Hablaba de su cuerpo en tercera persona, como si fuese, más abajo de sus clavículas, una presencia ajena y enérgica dotada, por sí sola, de los poderes que le valían la solicitud y la largueza de los varones.
|
|
El siglo de las luces de Alejo Carpentier
Con la libertad,llegaba la primera guillotina al nuevo mundo.
|
El reino de este mundo de Alejo Carpentier
Y comprendía, ahora, que el hombre nunca sabe quién padece y espera. Padece y espera y trabaja para gentes que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse Tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre solo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo.
|
El reino de este mundo de Alejo Carpentier
Todas las puertas de los barracones cayeron a la vez, derribadas desde adentro. Armados de estacas, los esclavos rodearon las casas de los mayorales, apoderándose de las herramientas. El contador, que había aparecido con una pistola en la mano, fue el primero en caer, con la garganta abierta de arriba a abajo, por una cuchara de albañil. Luego de mojarse los brazos en la sangre del blanco, los negros corrieron hacia la vivienda principal, dando mueras a los amos, al gobernador, al Buen Dios y a todos los franceses del mundo.
|
La consagración de la primavera de Alejo Carpentier
Otra vez sobre mí el gran sol redondo y cercano, con pequeños rectángulos concéntricos. Pero ahora, el gran sol redondo se mueve lentamente hacia mis piernas, en una escenografía que, esta vez, es de gran estreno. Aquí habrá función mayor. Me rodean Hombres Blancos y varias coéforas que, con leves entrechoques metálicos, disponen una panoplia de pequeños enseres relucientes, con filos, puntas y dientes, que prefiero no mirar. —“¿Cómo se siente?” —me pregunta, detrás de mí, uno a quien no veo. —“Bien. Muy bien.” —“¡Oxígeno!” Me tapan la boca y las narices con una máscara. Grata sensación de respirar plenamente, de sorber una brisa fina que se me cuela en los pulmones. Se abre una puerta. Aparecen los Grandes Oficiantes con los gorros puestos y las caras cerradas, hasta los ojos, como los de las mujeres mahometanas. Quiero hacer un chiste, pero no me dan tiempo. Ya se me acerca, con una aguja en alto, el anestesista. —“No vas a tener el tiempo de contar hasta tres…” —me dice. Llego a dos, y salgo de este mundo para renacer en el mundo de mi infancia. Todo es enorme, gigantesco, en casa de mi tía. Y mi tía también es grande, gigantesca, con esa papada, esos brazos blancos, esos collares de varias vueltas. Salimos en su grande, gigantesco, automóvil negro —ella, detrás, como una reina; yo, delante, al lado del grande, gigantesco, chofer uniformado. Pero al salir por la grande, gigantesca verja de la entrada, tenemos que detenemos ante una jaula negra, montada en ruedas, tirada por una mula, conducida por un policía, que está llena de niños presos. Unos lloran, otros dicen cosas feas, otros me sacan la lengua por el enrejillado. —“La jaula de los niños majaderos y desobedientes” —dice mi tía. —“Diga más bien la Señora Condesa que son ‘mataperros’, y con perdón” —dice el chofer: “Hacen bien en recogerlos. Se pasan la vida correteando por las calles, comiendo mangos y bañándose en las pocetas del litoral.” (A mí, esa vida me parecía maravillosa, y no la mía, de niño obligado a levantarse por reloj, hacerlo todo con mesura, y besar señoras gordas y sudorosas, y a horribles ancianos, con mejillas olientes a tabaco y a sepultura, porque eran “personas de respeto…” —“Ésos no respetan nada” —proseguía el chofer, señalando a los enjaulados. —“¡Cómo van a respetar nada, si no tienen religión ni fundamento! Y nacidos en esos solares, donde las negras paren como conejas…” Volvemos del paseo por el Prado y el Malecón, Mademoiselle me hace comer y me acuesta. Pero apenas Mademoiselle me arropa y sale, me levanto, saco el carrito bombero y lo hago correr por el cuarto. Vuelve la Mademoiselle, enojada. A la tercera, sube con mi tía, toda perfumada y envuelta en gasas, que me amenaza con su pericón. —“Si no te acuestas, llamo a la Policía para que te lleven en la jaula.” Y sale, después de apagar la luz. La jaula no. Todo menos la jaula. Es terrible, espantosa, la jaula. Sólo hay una manera de impedir que mi tía pida la jaula: matarla.
+ Leer más |
Alejo Carpentier
Considero que el escritor debe empezar a escribir cuando, primeramente, tiene algo que decir y, en segundo lugar, cuando sabe cómo decirlo.
|
El reino de este mundo de Alejo Carpentier
De aquel agujero, negro como boca desdentada, brotaban de súbito unos alaridos tan terribles que estremecían toda la población, haciendo sollozar a los niños en las casas. Cuando esto ocurría las mujeres embarazadas se llevaban las manos al vientre y algunos transeúntes echaban a correr sin acabar de persignarse. Y seguían los aullidos, los gritos sin sentido, en la esquina del Arzobispado hasta que la garganta, rota en sangre, se terminara de desgarrar en anatemas, amenazas obscuras, profecías e imprecaciones. Luego era un llanto; un llanto sacado del fondo del pecho, con lloriqueos de rorro metidos en voz de anciano, que resultaba más intolerable aún que lo de antes. Al fin, las lágrimas se deshacían en un estertor en tres tiempos, que iba muriendo con larga cadencia asmática, hasta hacerse mero respiro.
|
El reino de este mundo de Alejo Carpentier
[...] lo maravilloso invocado en el descreimiento -como lo hicieron los surrealistas durante tantos años- nunca fue sino una artimaña literaria, tan aburrida, al prolongarse, como cierta literatura onírica "arreglada", ciertos elogios de la locura, de los que estamos muy de vuelta. No por ello va a darse la razón, desde luego, a determinados partidarios de un regreso a lo real -término que cobra, entonces, un significado gregariamente político-, que no hacen sino sustituir los trucos del prestidigitador por los lugares comunes [...]
|
El reino de este mundo de Alejo Carpentier
[...] es que muchos se olvidan, con disfrazarse de magos a poco costo, que lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una alteración de la realidad (el milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu que lo conduce a un modo de "estado límite". Para empezar, la sensación de lo maravilloso presupone una fe. [...]
|
Cual es el nombre completo de Dumbeldore?