No queda nadie de Brais Lamela
Si los desplazados regresaban a la casa de la infancia, había dicho, si podían volver a ese lugar privilegiado, podrían recuperar su existencia, su historia vital o algo así. Pero a mí los recuerdos no me llegan o, más bien, me llegan sueltos, fragmentados, en rachas discontinuas; estremecimientos que se desvanecen rápido: quizá porque no me fui un día de pronto para no volver, sino que me he pasado la vida yendo y viniendo, de modo que volver a casa no se parece a recuperar algo intacto, sino a dejar un rastro más de sedimento, como un río que sigue fluyendo.
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