Ojo por ojo de Anthony Trollope
Era muy combativa, si surgía un motivo de combate, y estaba dispuesta a pelear por el tema que fuera con cualquier ser humano, salvo con su hija.
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Ojo por ojo de Anthony Trollope
Era muy combativa, si surgía un motivo de combate, y estaba dispuesta a pelear por el tema que fuera con cualquier ser humano, salvo con su hija.
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La señorita Mackenzie de Anthony Trollope
Considero que el deseo de casarse es la disposición natural de una mujer a la edad de… digamos entre veinticinco y treinta y cinco años, y así mismo creo que es beneficioso para el mundo en general que así sea. No hablo de la población femenina en toda su extensión, sino de aquellas mujeres cuya posición en el mundo no las somete a la necesidad de ganarse el sustento trabajando con sus propias manos. Existe, lo sé, un sentimiento ampliamente extendido entre las mujeres de que éstos es un deseo del que convendría sentirse avergonzadas; que sería provechoso para ellas si alterasen sus naturalezas en este sentido, y aprendido a encontrar placer en el estado de soltería. Muchas de las mujeres más meritorias de nuestra época están instruyendo sobre esta doctrina, y tienen el propósito de demostrar, mediante la teoría y la práctica, que una mujer soltera puede tener sin lugar a dudas cabida en el mundo y una posición dentro de él establecida, al igual que un hombre soltero. […] La verdad sobre este asunto es demasiado evidente. La vida de una mujer no es perfecta ni completa hasta que se provee de un esposo. Tampoco es perfecta ni completa la vida de un hombre hasta que se provee de una esposa; pero la deficiencia que esto supone para un hombre, aunque quizás sea más injuriosa que su equivalente en una mujer, no es, a ojos del mundo exterior, tan manifiestamente inapropiada para él en lo que concerniente a sus responsabilidades en el mundo. + Leer más |
La señorita Mackenzie de Anthony Trollope
Margaret Mackenzie había llevado, obligada por las circunstancias, una vida muy retirada. No tenía ninguna amiga a quien poder confiar sus pensamientos y emociones; y dudo incluso que nadie supiera de la existencia –en Arundel Street, en la pequeña habitación del fondo-, de varias manos de papel en las que Margaret había escrito sus reflexiones y sentimientos; cientos de poemas que no habían visto más ojos que los suyos, sinceras palabras de amor grabadas en cartas que nunca envío, que nunca había tenido intención de enviar a destino alguno. Las cartas, de hecho, comenzaban sin destinatario y terminaban sin firma alguna; y no sería justo decir que estaban destinadas a Harry Handcock, ni siquiera en el periodo más álgido de su amor. Más bien eran pruebas de su ímpetu, ensayos de lo que sería capaz de hacer si la fortuna le fuera amable y le permitiera amar algún día.
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¿Por que decidió irse al internado Miles?