Qué historia tan bonita y tan poderosa, que dice tanto en tan poco espacio.
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Qué historia tan bonita y tan poderosa, que dice tanto en tan poco espacio.
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En los pedestales literarios siempre hay algún libro que hace todo lo posible para que la gente dude del motivo de su permanencia en ese lugar. Según mi parecer, este no es uno de ellos. Mientras se lee se percibe su vigencia, se respira la atmósfera de los personajes, se viven sus tensiones. Y sí, también sus desfallecimientos. Esta historia abarca todo en pocas páginas: el hastío, el amor, el rechazo, las convenciones sociales, las apariencias y las verdaderas esencias. Suena a mucho, pero está tratado de una forma que ni decepciona ni crea la sensación de estar hablando de todo y de nada al mismo tiempo. La trama es (más o menos) sencilla. El personaje del título es un joven que no se dedica a nada, salvo a asistir al teatro, fiestas y demás diversiones. No quiere compromisos, pero le encanta conquistar por deporte. Su vida es rutinaria y él, casi por consecuencia, padece de melancolía. Un día, le avisan que un tío que tiene una finca en el campo está muy enfermo y que desea verlo. Eugenio acude al llamado (no sin quejarse), el tío muere y entonces él se da cuenta de que el cambio de aires no le vendría nada mal. Allí conocerá a Lenski y se hará amigo de él. Y por medio de este muchacho conocerá a Tatiana, que tiene un papel fundamental en esta historia. En primer lugar, es destacable la voz del narrador. Inscripto en el romanticismo, Pushkin se tomaba muy en serio lo que hacía y buscaba que el texto tuviera una personalidad, un Yo marcado, así que no es extraño que sea un protagonista más de la historia. Es diez veces más molesta que la de Mark Twain en Las aventuras de Tom Sawyer, pero tiene unas intervenciones tan útiles, certeras y bellas (salvo cuando habla de los “piececitos” de las damas y de cómo los hacen sufrir y blah blah blah) que uno se olvida por completo de eso, salvo que padezca de intolerancia a los escritores “pretenciosos”. A veces hasta se da el lujo de opacar lo que está ocurriendo con sus criaturas, ya que retrasa la acción al divagar por temas profundos o superficiales. Los asuntos más interesantes, según mis gustos, son los de la oposición ciudad- campo y las continuas menciones a poetas y obras de teatro de la época (hayan muerto o no). En segundo lugar, pero no menos importante, está la intensidad de los personajes. Hay un balance muy delicado entre los pares Oneguin- Lenski y Tatiana- Olga. Tan delicado es que los que deberían cruzarse por similitudes en el carácter no lo hacen. Todos cometen sus errores y ninguno intenta repararlos, algo que parece extraño y un poco adrede para que la historia continúe. La incapacidad de razonar y la exaltación de los ánimos desatan las consecuencias, así que bienvenido sea. Me hicieron acordar a los personajes de las tragedias griegas o shakesperianas, en donde sufren una especie de ofuscación que no les permite cambiar el rumbo de los acontecimientos y se precipitan a lo peor, por no pensar antes o por no poder ganarle al destino. Oneguin no se hace querer, pero tampoco se hace odiar y eso es un punto a favor. Reitero la preponderancia de Tatiana en el libro, por su temeridad al hacer algo que en su tiempo era inesperado. Y aunque el resultado no sea el más feliz, es un punto de quiebre y lleva la narración a otro nivel. El final me sorprendió gratamente y creo que está muy bien ubicado en mi ranking personal de “conclusiones que me dejaron en shock”. Si Pushkin buscaba un golpe de efecto, lo logró. Hay miles y miles de cuestiones para hablar sobre Eugenio Oneguin pero creo que recomendarlo con toda la fuerza recomendadora (?) del mundo es suficiente. Se puede decir mucho de Pushkin y mucho de Oneguin (¿serán la misma persona?). Curiosamente, hay una escena que después se replica en la vida real del autor, hecho que da un poco de escalofríos. En fin, es un libro memorable y vale la pena leerlo, sobre todo porque me dejó más claras las razones por las cuales el autor era tan genial. Enlace: http://desarmandoclasicos.bl.. + Leer más |
Empecé a leer este libro creyendo que iba a encontrarme con una novela corta que sigue las aventuras “militares” de un joven ruso pero terminé fascinada porque, si bien las aventuras y el joven existen, el libro no es sólo eso. Raro, porque debí haber confiado en Pushkin y su excelente forma de llevar un argumento en Eugenio Onieguin. La sorpresa, entonces, fue mayor. La hija del capitán es una hermosa y para nada aburrida historia de un joven a quien su padre envía a realizar el servicio militar y termina involucrado en hechos históricos que Pushkin quiso recrear. Y si se preguntan qué demonios tiene que ver la hija de un capitán con todo esto, hacen bien. Pero hay que leer la novela para saber por qué, según mi opinión, el título es acertado. Eugenio Onieguin no debería llamarse así y aquí parece que Pushkin afinó su arte de titular (¿es un arte?). La historia es simple y, aunque se complejiza con el contexto histórico, en la misma novela se sobreentiende. Ayuda mucho buscar por cuenta de uno, por supuesto, o tener una edición anotada. Al margen de eso, se trata del joven Piotr Andréyevich, quien cree que su padre lo enviará a San Petersburgo para que haga el ya mencionado servicio, pero lo asignan a la guarnición de una fortaleza en donde conocerá a la familia del capitán Iván Kusmich que incluye, obviamente, a su joven hija, María Ivávnova. El conflicto empieza (y antes hay uno importante, pero el que sigue lo es más) cuando sufren la invasión del cosaco Yemelián Pugachov, el líder de los rebeldes en contra de Catalina la Grande. Si Piotr creyó que yendo a San Petersburgo iba a pasarla mejor que en Belogórskaya… tal vez tenía razón. Piotr es un personaje que debido a sus escasos años no despierta mucha simpatía en el lector cuando empieza a describir su vida y sus aspiraciones. De hecho, me pasé unas cuantas páginas pensando que era un mocoso insoportable que merecía que Savélich, el criado que lo acompaña en su travesía, le pegara unos cuantos gritos. Pero la vida en el servicio lo hacen madurar de golpe (mucho más con una rebelión en la puerta), así que Piotr mejora mucho y uno termina queriéndolo. Los personajes de esta novela no son planos: cuando se los presenta dan una imagen que paulatinamente se irá transformando en otra. Es satisfactorio ser testigo de una evolución en tan poca extensión de novela. Ni siquiera Pugachov, al que uno identifica inmediatamente como “el villano” del libro, es lo que parece ser. Y María… Sólo diré que me pasé toda la lectura quejándome de lo llorona y debilucha que es y tuve que tragarme las palabras más de una vez. El verdadero carácter no está en la superficie. Puedo asegurar que Pushkin tiene unos personajes femeninos increíbles. El narrador de la novela es Piotr, así que el lector queda en manos de sus impresiones y perspectivas hasta cierto punto (me reservo el motivo, para no adelantar). Después de haber leído Eugenio Onieguin pensé que este libro cargaría también con un lenguaje medianamente poético y muy elaborado, pero me encontré con una narración simple, muy linda y hasta adecuada a la edad del narrador. Sin embargo, no es escueto a la hora de transmitirnos sus miedos y tristezas, lo cual produce cercanía. Los capítulos en los que está dividido comienzan con un epígrafe alusivo y terminan de forma tal que hace difícil soltar la lectura. Particularmente, me atrapó mucho y sin darme cuenta en ocasiones leí más capítulos que los que había calculado. La acción no da respiro y una vez que aparece Pugachov (dato inútil: Pushkin investigó sobre él, cosa que me hace preguntarme si en el libro lo caracterizó tal cual) los giros se suceden. El final me encantó. Era un as bajo la manga de Pushkin y lo usó así como si nada. Así que, aunque el autor y el argumento asusten un poco, casi no hay excusa para no leerlo. Me encantó, aun cuando lo empecé creyendo que iba a aburrirme con este personaje que queda casi la deriva y se ve involucrado de golpe en situaciones complicadas, en donde el poder y la muerte van de la mano. Hay muy pocas novelas que pueden jactarse de contar con un contexto histórico y mostrarlo sin aburrir al lector. Esta es una de las que tienen permitido hacerlo. + Leer más |
No sé qué tienen las nouvelles de autores clásicos rusos que me fascinan. Y si a esto se une que soy una superficial redomada, recalcitrante, confesa y sin visos de vergüenza ni arrepentimiento a medio-largo plazo, pues pasa lo que pasa: que se me cruza en la librería un Pushkin en una edición que dan ganas de darle besos de lo bonita que es, y me la tengo que llevar. Es que me la tengo que llevar. Aunque luego la lea en dos horas (releyendo algunos párrafos varias veces para que dure más... truco del almendruco eficiente aunque insuficiente para que la lectura dure todo lo que me gustaría). Para quien no esté familiarizado con Pushkin, gracias a él existe la literatura rusa tal y como la conocemos hoy en día. Antes de que su obra comenzase a ser publicada, en Rusia se escribía en ruso antiguo y en eslavo eclesiástico, dos lenguas que ya ni siquiera se hablaban. Fue él quién comenzó a escribir usando el ruso contemporáneo a su época, que es el que ha llegado a nuestros días. La mayor parte de su obra fue escrita en verso, y solo fue al final de sus días que empezó a escribir en prosa... final de sus días que llegó inesperadamente en el fatal desenlace del último de los taitantos duelos en los que se vio involucrado. Y a esta última etapa pertenece el relato de La reina de Picas, que no es de lo más conocido de su obra pero cuya calidad es indiscutible. No sé si os ha pasado alguna vez leer un relato o una novela breve, que está tan bien escrita y es tan sencilla aparentemente en la forma, que piensas que cualquiera con un poco de talento podría escribir algo muy parecido... hasta que te das cuenta de que no, que precisamente en esa aparente sencillez está la genialidad, que en diez escasas páginas ya te han planteado no una, sino un par de historias, te han presentado a tres personajes a la perfección y ya sabes de lo que va todo, cuando otros autores necesitan 150 para hacer algo parecido. Es muy difícil desarrollar una buena historia en tan pocas páginas, no divagar, contar lo que se quiere contar, perfilar bien a varios personajes, darles unas motivaciones, relacionarlos con el paso de las páginas y hacer que las historias converjan mientras te acercas, apenas 30 o 40 páginas después, a un final que no desmerece a la historia y que está sobradamente a la altura. Pues así es La reina de Picas, tan sencilla en la forma como perfecta en la ejecución. Que sí, que estaréis pensando: "Anda que no se le nota a MH cuando algo le gusta... qué poco objetiva es". Y no, de verdad que no, que no me ciega la pasión rusa. Para que os hagáis una idea, estamos ante un relato que, descontando las páginas ilustradas, consta de unas escasas 55 páginas de texto, en las que se cumplen todos los parámetros marcados arriba. Y en esa frugalidad de espacio, Pushkin se las apaña para contarnos una historia cuyas singularidades no podemos dejar de advertir, en mayor o menor medida, en las obras de aquellos coterráneos que llegaron después que él. De hecho, por tirar de hemeroteca de este blog, he visto muchas similitudes en los elementos utilizados por Tolstói en su nouvelle Dos húsares, escrita veinte años después (aunque no en la forma de hacerlo y el trasfondo de la trama). Es decir, tenemos oficiales del ejército imperial, unos más excelsos que otros, y entre los cuales sobresale el protagonista de nuestra historia; tenemos la enorme afición por los naipes que detentaban dichos militares y la alta sociedad en general de la época; tenemos representada a la aristocracia y, con mucha sorna, sus idiosincrasias y excentricidades; tenemos a una doncella que será determinante en la resolución de la trama... realmente, en sus cimientos, bien podría decirse que ambas historias maman de una misma idea y beben de la misma fuente. Es en la forma en que se levantan esos cimientos, en el enfoque que se le da a esa idea, en lo que todo difiere. Mientras Tolstói optó en Dos húsares por hacer un retrato agudo y desencantado de la vida social, militar, burguesa y rural de un país que había cambiado mucho (a peor) en las dos décadas anteriores a su publicación, Pushkin, por el contrario, ofrece en La reina de Picas una historia mucho más intimista e introspectiva, en la que la ambición desmedida, la ausencia de escrúpulos, la avaricia, la ingenuidad, la inocencia, la obsesión, el engaño y la falta de honor y palabra se entrelazan para dar vida a una historia en la que se dan la mano la fantasía y la locura con la habitual placidez de la prosa rusa, así como ciertos tintes góticos aunados con una pátina de humor que sobresale principalmente en la relación entre la condesa y Lízanka. Realmente, además de ellas dos solo hay otro personaje principal, Hermann, y en torno a ellos tres gira una trama en la que lo importante no es el final, sino cómo se llega a él y el quiebro que te hace Pushkin a mitad de narración cuando menos te lo esperas y crees que las cosas van en otra dirección. Que sí, que Pushkin es muy grande. Que los árboles de mi entusiasmo desmedido no os impidan ver el bosque de su grandeza (y me quedo tan ancha, pero sabéis a lo que me refiero... espero). Creo que me las he apañado para no destripar absolutamente nada esencial ni importante de la trama, cosa que me cuesta horrores cuando reseño novelas cortas, así que reto conseguido. La reina de Picas nos llega de la mano de la editorial Nevsky (especializada en literatura rusa), y la edición, ilustrada por la jovencísima Sandra Rilova, es una preciosidad. No sé si es cosa mía pero a los clásicos rusos no les pegan las ilustraciones clásicas y formales, y afortunadamente Rilova no tira hacia ese tipo de dibujo (tampoco suelen seguirlo los rusos editados por Nórdica, por poner otro ejemplo, así que imagino que no es una percepción solo mía). Tal y como habréis visto por las ilustraciones que he ido compartiendo por la entrada, alternan exclusivamente rojos y negros con blancos y grises, y tienen la suficiente personalidad como para hacer que te detengas en ellas y trates de entender la percepción que de la obra tiene la ilustradora. Una edición preciosa para una obra de lujo, a pesar de sus escasas páginas. Y yo con fiebre rusa... me está haciendo ojitos Turguénev desde la estantería. De este mes no pasa. + Leer más |
El retrato de Dorian Gray