Para Alan Pauls, los errores que no dejan de cometerse en el ejercicio de la escritura son más un reflejo del carácter íntimo del autor que un paralizante corset estilístico.
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Para Alan Pauls, los errores que no dejan de cometerse en el ejercicio de la escritura son más un reflejo del carácter íntimo del autor que un paralizante corset estilístico.
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Reflexiones sobre el verano de la infancia y el de la adultez, relacionando lugares, experiencias y problemas con la felicidad de la playa. Pero de manera crítica, y tomado distancia de todo cuanto cuenta. Porque la playa es maravillosa, pero no todo en ella lo es. Si les gusta la playa, encontrarán identificaciones muy fuertes. Del mismo modo en que se identificarán quienes no son amantes de la playa. Sí, porque Pauls escribe desde su amor por la playa, pero -como ya escribí- : tomando distancia. Excelente lectura para arrancar el Verano. |
Tras su celebrada trilogía formada 'Historia del llanto' (2007), 'Historia del pelo' (2010) e 'Historia del dinero' (2013), regresa Alan Pauls (Buenos Aires, 1959) a la ficción con una novela que narra la relación vía skype entre un hombre y una mujer separados no sólo por la distancia física.
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Tenía pendiente esta lectura, en cierto modo autobiográfica, de Alan Pauls; en referencia a su experiencia alrededor de la playa y su posible influencia en él. Qué mejor momento para ponerse a ello, que el verano. Lo primero que sorprende, al poco de comenzar a leer, es el tono que parece mantener el autor. Más que su experiencia, que también, parece tomarse el pretexto de la playa para acometer una especie de ensayo, no ya sobre el mar y la playa, sino sobre otros intereses que de alguna manera mantienen cierta relación con el tema central, pero vinculándolos mayormente con la propia idiosincrasia del autor. El libro, Pauls lo divide en apartados, en cuyo comienzo inserta fotos de su infancia en diversas playas. Cada apartado lo versa sobre un concepto determinado en relación a la playa y un desarrollo en el que trata de vincular sus posibles derivaciones, manteniendo cierta conexión. Así tenemos, como el autor relaciona la frecuencia de los sueños con sus estancias en las playas: "Se sueña mucho en la playa. El programa de una noche normal en Cabo Polonio —la playa del Uruguay donde veraneo desde hace cinco años— tiene cierto aire de familia con las maratones continuadas que veíamos con mi padre y mi hermano, de chicos, en un cine de Las Heras y Agüero, el Roxy, que demolieron cuando ya todos habíamos olvidado cómo se llamaba." Estableciendo Pauls un vínculo entre la ensoñación y la ausencia de recursos y alternativas en sus lugares de veraneo: "¿Por qué se soñará tanto en la playa? En Cabo Polonio, supongo, para compensar los efectos de un cierto síndrome de abstinencia. El lugar no tiene luz eléctrica —no hay cine, no hay televisión, no hay computadoras—, y es tan indigente que las formas de comunicación publicitaria más elaboradas que tolera son las pintadas de la política municipal (Chiruchi Putazo, decía una de hace dos veranos destinada, según me contaron, a segar de raíz la carrera de un candidato a intendente) y los afiches de los cigarrillos Nevada, que, indiferentes a todo, casi comunistas en su intransigencia, se limitan a reproducir con orgullo la clásica bicromía —rojo, verde— de la marca. En otras palabras: si se sueña mucho es porque la playa es un territorio libre de imágenes." Cuando la magia de la proyección del autocine podía incentivar su estadía en la playa, la experiencia deviene en frustración, donde el autor determina que el propio marco natural se basta a sí mismo sin necesidad de ningún aparataje accesorio para el imaginario: "... todos los argumentos que habrían avalado la idea de instalar un autocine en un balneario como Villa Gesell se derrumbaron poco después, cuando la película empezó, ante una evidencia instantánea: el espectáculo, el verdadero, el único que el mundo de la playa no rechazaba por redundante o por vejatorio, era el de la pantalla en blanco, suerte de cine virgen, pasivo, que no fascinaba por lo que irradiaba sino por todas las imágenes que era capaz de suscitar." Medita Pauls sobre la pervivencia de ciertos lugares vacacionales, así Villa Gesell, establecida siguiendo las directrices de los modelos centroeuropeos, por anacrónico que pudiera parecer resistía el paso del tiempo. Pararelamente, en el mismo lugar, tiene el recuerdo agradable de su primer contacto con la narrativa de Julio Cortázar: "... nunca pude entender cómo una playa como Villa Gesell, cuya suerte, como la de cualquier playa, dependía de la conjunción feliz de una serie de azarosas variables estivales (calor, sol, estabilidad climática, etcétera), podía sobrevivir a esa prodigiosa amnesia de verano que pregonaban el chucrut, la sachertorte, los turrones, el chocolate y todos los demás agentes de proselitismo centroeuropeo que acechaban en sus puntos estratégicos. Y sin embargo, gracias a Dios, sobrevivía. Incongruente y democrática, sobrevivía en parte gracias a la dinámica anárquica en la que tarde o temprano terminaban centrifugados todos los balnearios de esa franja de costa atlántica, que no se oponía ni pretendía abolir y ni siquiera tenía opinión sobre, por ejemplo, bastiones de la avanzada centroeuropea como la legendaria Pastelería Holandesa, los manjares húngaros de Pipach o la Casa Böhm, donde —nobleza obliga— recuerdo haber comprado en traje de baño y ojotas, con la piel blanca de sal y los hombros en proceso avanzado de despellejamiento, los primeros libros que yo mismo elegí, Final de juego, Todos los fuegos el fuego, Los premios, que sellaron para siempre una caprichosa alianza entre Cortázar y la playa." Indaga Pauls en las motivaciones que mueven a personas como él a sus encuentros periódicos con las playas. Parecen hallarse en una búsqueda primigenia: "Sé que los que vamos a la playa —a Villa Gesell como a Cabo Polonio, a Punta del Este como a Mar del Plata, a Florianópolis como a Mar del Sur, a Cozumel como a Goa— vamos siempre más o menos tras lo mismo: las huellas de lo que era el mundo antes de que la mano del hombre decidiera reescribirlo." Entre los distintos análisis, aborda el tema erótico. A pesar del posible deseo que pueden desprender los cuerpos desnudos en la playa, Alan ve unos mecanismos inviables debido a los molestos elementos naturales, léase agua salada, arena y excesivo sol. Conexiona varias películas, de Rohmer, de Roger Vadim, de James Bond y tomando como ejemplo la película de Zinnemann, "De Aquí a la Eternidad", concluye: "...pienso en el momento en que los actores, después de repetir diez veces la escena, descubrirán lo que el sol hacía con ellos mientras ellos jugaban a eclipsar la Segunda Guerra Mundial con unos minutos de pasión clandestina. Frotarse con otro cuerpo en la arena, revolcarse tras la cortina del cambiador de una carpa, acabar desnudos en la rompiente: las proezas más clásicas de la erótica de playa son para mí, además de inverosímiles, ejemplos perfectos de todo lo que no puede ser el placer: incomodidad, aspereza, hostilidad, interferencia." Si el autor acude a la iconografía cinéfila, lógico es que la literatura se cuele por múltiples rincones de sus páginas. de esta forma, llega un momento en que se cuestiona la relación entre la literatura y la playa: "¿Literatos en la playa? Alguna vez, un amigo escritor que adoro pero al que no veo mucho, cosa de que cada encuentro sea para ambos un breve pero intenso tratamiento de rejuvenecimiento, me confesó que no iba a la playa no porque odiara el sol o le diera escalofríos el mar o le molestara la arena (aunque también por eso), sino porque no podía imaginarse una biblioteca en ninguna parte." Y, literariamente parece prestarse mayormente su imagen otoñal, como Pauls analiza en otra película de Zinnemann, "Julia". Tomándola como modelo, nuestro autor también se refugió en la playa en épocas intempestivas, constatando las incomodidades experimentadas. Establece con ello, que solamente como idea es sugerente y atrayente, nada más: "No éramos frívolos, sin duda, y a los tres o cuatro días de llegar, sin bañarnos y con la ropa sucia, porque el gasista, demorado en una clínica de los alrededores por el lento trabajo de parto de su mujer, había dejado las garrafas de gas bajo llave y la carga de las que había en la casa, remanente de la opulencia estival, había alcanzado apenas para el mate de festejo de la llegada, cualquiera que nos sorprendiera en esas derivas callejeras, con las yemas de los dedos amarillas de nicotina y los ojos enrojecidos por el drambuie, un licor de whisky empalagoso, sí, pero el único con el que el hogar de leños aceptaba hacer juego sin protestar, bien hubiera podido tomarnos por un par de esos hippies recalcitrantes que abonaban el mito de la playa cuando el resto del universo lo dejaba caer, o por los sosías juveniles del Hammett y la Hellmann de Julia, una pareja de intelectuales que buscaba en los rigores de la playa invernal no sólo una comunión profunda sino también el temple, el filo, la resistencia capaz de exigirlos como nada en la ciudad —demasiado familiar, demasiado dócil— se animaba ya a exigirlos. Pero ¿éramos felices?." Uno de los momentos más gratos de la lectura, es en el episodio donde siendo un chaval, enferma y no puede acudir a la playa, con el consiguiente disgusto: "En la escena hay un chico. Tiene diez u once años. Está de vacaciones en la playa, un lugar que asocia con la forma más perfecta de la felicidad y donde despliega una actividad infatigable, ante la que él mismo no puede evitar sorprenderse. Un día se despierta, traga, siente alguna molestia en la garganta. Tiene unas líneas de fiebre. Deciden que se quede en casa. El chico reacciona mal y se amarga: es un día espléndido, no hay una gota de viento, el mar —por la ventana de su habitación ve flamear la banderita celeste— debe estar ideal para nadar, no le cuesta nada imaginar a sus amigos, todos asquerosamente saludables, precipitándose a la carrera hacia la orilla, poseídos por un entusiasmo que por primera vez le parece el colmo de la vulgaridad. «¿Por qué yo?», se pregunta. «¿Por qué a mí y hoy, con este sol?»". Es ahí, en el contratiempo, cuando el chico abre un libro sin esperanzas e inexplicablemente continúa varias horas leyendo sin saber cómo ha transcurrido tan rápido ese tiempo. Es el descubrimiento de la literatura, que no abandonará jamás: ".. el libro que acaba de abrir y que ya cierra su trampa sobre él, una trampa que nunca más volverá a abrirse, es, como lo demostrarán las cuatro horas ininterrumpidas que pasará con él, en él, tan lejos de todo que la fiebre, la garganta enrojecida y el dolor de los músculos le parecerán contratiempos vividos por otro, en otro país y otra época, y sus padres y hermanos y amigos y el mundo en general, blanco antes de su envidia y su odio, porque podían hacer todo lo que a él le estaba vedado, se empequeñecerán, perderán definición, color, movimiento, hasta convertirse en mortales pálidos —que ese libro es el otro lugar que tiene la forma de la felicidad perfecta, y que, como escribió alguien a quien él leerá recién veinte años más tarde, cuando ya no esté circunstancial sino crónicamente enfermo, tanto que sólo será capaz de hacer lo único que quiere hacer, quemarse los ojos leyendo, quizá no haya habido días en nuestra infancia más plenamente vividos que aquellos que creímos dejar sin vivirlos, aquellos que pasamos con el libro por el que más tarde, una vez que lo hayamos olvidado, estaremos dispuestos a sacrificarlo todo." El libro se lee con verdadero interés. Es cierto que toda rememoración de la infancia (menor en la juventud), implica aplicar a la escritura una visión modificada por la percepción del momento de la creación. También se observa una autofiguración, es decir, se adapta el tema tratado a los intereses del que escribe. Pauls, de esta manera incluye sus gustos e intereses, lo que convierte el texto en un híbrido que fluctúa entre la crónica, el ensayo, la autobiografía y la idealización. ¿Qué parte de ficción coexiste en la narración? ¿Qué parte de verdad o realidad del pasado?. Difícil establecerlo. Independientemente de las cuestiones planteadas, lo que sí establecemos es la calidad en la escritura de Alan Pauls. La narración es impecable, no decayendo en ningún momento, a pesar de las digresiones que se derivan en frases subordinadas sucesivas. Editorial: Literatura Random House, Edición 2019 Enlace: https://queridobartleby.es/a.. + Leer más |
Alan Pauls (Buenos Aires, 1959) comenzó su andadura literaria con El pudor del pornógrafo (1984) y logró la popularidad tras obtener el Premio Herralde 2003 por El pasado. Admirador de Manuel Puig, Borges y Fogwill (su tío literario un tanto perverso), deudor de Piglia (su padre literario) y de Josefina Ludmer (su madre nutricia literaria), Pauls ha publicado el ensayo Trance en el sello editorial argentino Ampersand, con el que salda la deuda que tiene el escribir con el leer. Trance es un glosario ordenado a la manera barthesiana (parece escrito a la sombra de Barthes), un testimonio con cierto acervo retórico, un silabario que despliega sus lecturas sin una trayectoria lineal, una “fenomenología doméstica de la lectura” por hablar tanto del cómo leer (postural) como del por qué leer, pero no del qué leer, aunque al final del libro hay una bibliografía y es que el libro expone qué quiere decir leer más allá del objeto que se vaya a leer. Trance también es un mosaico de experiencias que nos presenta la lectura como algo fascinante y el acto de leer como una adicción sin displacer que interroga la diferencia entre lo que el texto dice y lo que podría decir, porque lo que importa no son tanto las palabras en sí, sino lo que hay entre las palabras y porque “en todo lo que está escrito siempre hay algo no escrito, o bien porque no se le quiere escribir, o bien porque no se puede escribir.” Un libro que es imagen hipnótica, memoria que se desborda y pensamiento en combate perpetuo con la propia lectura, porque en este volumen Pauls enseña su ADN, el del lector que no concibe la vida sin leer en esta particular autobiografía de lector a modo de diccionario personal. Decía Ramón Goméz de la Serna que “toda obra ha de ser principalmente biográfica y, si no lo es, resulta teratológica”. Pauls reconoce la lectura como el modo de apropiación del libro en virtud de una noción que ha mutado con el transcurrir de los años, puesto que ya no le importa tanto que ese libro tenga valor antes de la lectura (ya no realiza Pauls el juicio discriminatorio de la aduana del valor y ahora todo se presta a ser leído), sino que le interesa más el desconcierto y el desafío previos. El autor de El factor Borges defiende un principio de satisfacción garantizado en el acto de lectura, a pesar de los libros equivocados, porque siempre hay una lectura aguardando en función de la procrastinación de algunos libros, que se postergan para leer en un futuro (caso de la Divina comedia o de Guerra y paz para Pauls) en lo que sería una hibernación prometedora para poder seguir adelante. La lectura funciona como un archivo que no se acaba nunca, sin evanescencia, y que siempre está ahí esperándonos, sin arredrarnos. Pauls se reconoce “enfermo de leer más que de escribir”, porque este es el libro de un lector que es a su vez escritor y eso se nota en las páginas de un volumen, que rinde tributo a un Borges que no solo nos enseñó a leer, sino también que quien lee puede escribir todo. El autor de Historia del dinero reflexiona sobre que los personajes lectores de Borges tengan la lectura como “causa del vivir” y confiesa ser capaz de leer cualquier cosa, pero que en unos segundos se da cuenta si ese interés va a permanecer o no, si la seducción es incondicional. Pauls ratifica que el “enemigo del leer es la interrupción”, por ello se lee contra la interrupción y a sabiendas de que la interrupción puede alcanzarnos antes de la última página, la única interrupción deseada y forzada por el final del libro. El cine es descrito como una puerta de entrada a la lectura, no solo porque para ver cine hay que leer los subtítulos, sino porque una película no es tanto el visionado de la misma como lo que se emana de la lectura de las críticas, lo que provoca que esa película “exista tanto o más que la real, porque existe con la intensidad de lo que se desea.” Finalmente, en cuanto a la voz narrativa, Pauls descarta un (esperado) narrador impersonal, puesto que el narrador omnisciente incorpora una tercera persona, que es claramente un yo, un alter ego del autor, y demuestra la importancia que para el escritor argentino tiene el cómo se cuenta por encima de la finitud del qué se cuenta. Una voz narrativa que es un acierto y que facilita ese toque Pauls a un ensayo enriquecedor, que nos alivia del naufragio de la vida. ¿Cuáles son los “trances de lectura sublimes”? El propio Pauls responde: “los que agregan mundos al mundo.” + Leer más |
Diccionario lector de Alan Pauls. Las entradas están saturadas de complicidades que parecen idiográficas, pero dejan la sospecha nomotética, aun contra el autor. Hay un núcleo del libro en la idea de coartada post hoc de la lectura. Es decir, leemos porque se nos antoja, por compulsión, por avidez, por vicio, por escape de la vida o por profundización de la vida, leemos porque leemos. Las justificaciones vienen después, nunca son previas, no son razones, son coartadas, nuevas ficciones. Leer es un trance, un estado alterado de conciencia. No es tan malo. La conciencia está sobrevaluada. Como dijo Marvin Minsky, uno de los fundadores de la Inteligencia Artificial como rama de la matemática, creamos historias sobre nosotros mismos. Después inventamos que son causas, pero en realidad son sólo racionalizaciones. Hay también una oscilación muy interesante en este diccionario entre la evanescencia, la vaporización de las categorías del lector actual y cierta afirmación extraña por su fuerza, como de voz de catedrático. Por momentos agarra fuerte las riendas, por momentos se cortan. Es que está vivo, en narcolepsia confesa como complexión, pero totalmente vivo.
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Alan Pauls subraya en ‘Trance’, un relato autobiográfico a través del impacto intelectual de sus lecturas, la idea de que vivir y leer no son actividades escindidas.
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Una novela terriblemente densa y bastante psicoanalítica sobre la destrucción de la pasión o anatomía de una pareja que se separa al cabo de 12 años. El cree encontrar la libertad, pero ella no lo deja, lo persigue, lo acosa hasta que lo recupera, pero recupera un ente que vuelve del infierno. Muy buena y fuerte novela. |
Esta novela me atrapó por completo desde el comienzo. Después de 12 años, la relación (perfecta, ante los ojos de todos) de Rímini y Sofía llega a su fin. Para Sofía, es un cataclismo al que no puede sobreponerse. Para Rímini, es la oportunidad de hacer borrón y cuenta nueva. Pero el pasado se niega a soltarlo. Sofía reaparece en su vida una y otra vez, a veces accidentalmente, y a veces de forma deliberada; a veces de cuerpo entero y a veces a través simplemente de pistas que constituyen rastros de su presencia perturbadora. Los intentos de amnesia emocional de Rímini una y otra vez se estrellan contra la persistencia de Sofía de permanecer en su vida, que estraga toda posibilidad de realización y felicidad para Rímini. La novela muestra de forma magistral y perturbadora la metamorfosis del amor en horror, poniendo en escena una relación enfermiza y obsesiva que sea acaso la más memorable de la literatura argentina. Y la prosa de Pauls es simplemente sublime. Aquí les dejo una muestra gratis. Vale la pena leer esta novela. "De todos los efectos de la separación, al menos de todos aquellos de los que tenía conciencia, el único que verdaderamente seguía tomándolo por sorpresa era el hecho de que los signos del amor que había quedado atrás, signos 'de la otra vida', como a menudo le gustaba llamarla, hubieran sobrevivido a la catástrofe y siguieran viviendo en medio de la vida nueva más o menos ilesos, preñados del mismo significado de siempre. ¿Cómo era posible que todo cambiara menos eso? ¿Qué clase de criaturas podían tener la fuerza, la obstinación necesarias para atravesar ese verdadero cambio de era geológica que era la extinción de un amor de doce años? A veces, mientras caminaba por la calle, le pasaba que alzaba de pronto los ojos y descubría o se llevaba por delante, literalmente, un cartel con el nombre de un bar, el afiche de una marca de ropa, la boca de una estación de subte, la portada de un libro exhibido en una mesa en la vereda, una revista colgando de un kiosco, una raza de perro, una playa promovida en la vidriera de una agencia de viajes, y sentía que de la mano de uno solo de esos signos banales un bloque entero de pasado, surgiendo de la noche sin aviso, hacía crujir su alma con una violencia brutal, como si fuera a partirla en dos. Entonces, en medio de esa zozobra física, fruto del choque de dos magnitudes de tiempo, y no de dos experiencias sentimentales, Rímini pensaba que, de haber algún recurso quirúrgico que le garantizara el vaciado completo de todos y cada uno de aquellos signos, su restitución a un estado de opacidad original, él se habría sometido al procedimiento sin chistar, con los ojos cerrados, o soñaba entristecido con un mundo que promoviera el uso personal y voluntario de la amnesia, una vida en la que cualquiera fuera capaz, mediante algunos pases sencillos, de extirpar de los signos todos los sentidos que el paso del tiempo hubieran hecho caducar, así como cualquiera elimina de un año a otro los nombres y números que ya no necesitará del índice telefónico de su agenda." + Leer más |
Historia del pelo de 2010, es la segunda novela de una trilogía sobre la Argentina de los años 70: la primera es Historia del llanto de 2007 y seguirá Historia del dinero en 2013. Estas novelas se pueden leer en el desorden. Historia del pelo no tiene divisiones ni capítulos, los respiros, el ritmo de lectura pertenecen al lector, es lo que se llama una lectura responsable, según la bloguera Camilla Fabbri. Es un libro que ansié leer porque no había leído nada de este autor argentino. Es cosa hecha, pero esta lectura no me ha gustado nada. Nada. Y no es que el libro esté mal escrito. No. Pero el sujeto carece totalmente de interés: se trata de un soliloquio interminable, una digresión que no acaba nunca, una repetición ad libitum del mismo sonsonete ( el loco del pelo), una aliteración sobre lo mismo, probablemente de un marcado ombliguismo. Es probable que el texto haya servido de terapia al escritor para liberarse de ciertas angustias personales. Enlace: https://pasiondelalectura.wo.. |
¿Cuál es el órgano que trasplantan a Cora?